Una auténtica obra maestra. Imprescindible. Ya está, así podría terminar la reflexión sobre este peliculón de Martin Scorsese. Pero claro, por lo que sea, habríamos reflexionado poco sobre ella. Es verdad que hay mil cosas que se pueden decir sobre Casino y por qué merece la pena invertir tu tiempo en ella. Pero claro, hablamos de una obra de la que se ha dicho tanto, durante tanto tiempo, que corremos el riesgo de repetir muchas cosas sin criterio ni aportar realmente nada.
Normalmente cuando acabo una obra (en este caso una película), charlo sobre ella con mi mujer (es con quien suelo verlas) y en ese proceso de inicio reflexivo intento buscar algunos asideros en los que apoyarme (algo que nos haya gustado mucho, algo original que le haya llamado la atención, algo que no haya comprendido, algo de contexto de la obra en su momento…) y ya de ahí aprovecho para desarrollar nuestra conversación. De las conclusiones que sacamos de ese ratito de charla, me quedo con algo que luego desarrollo aún más internamente y acabo volcando en este lugar.
Pero anoche terminamos y la conversación fue somera al extremo. «¿Te ha gustado?», le pregunto. «Mucho», responde ella. Y de repente me doy cuenta de que tengo un problema serio, porque nos ha parecido a los dos TAN rematadamente buena, que si, puedo alabarla en estas líneas, pero no se me ocurre como desarrollar un discurso narrativo elaborado sin caer en topicazos. Ya hablar de Scorsese es hablar de la excelencia. Y dentro de la filmografía del autor, Casino guarda un hueco de honor. Muy empatada con Goodfellas o El Lobo de Wall Street en el sentido de narración de ascenso y caída. Magníficamente rodada, magníficamente interpretada, con un montaje de locos…

Perdona. ¿Lo cuentas tu o lo cuento yo?
Intentaré luego volver sobre lo del montaje porque para aquel con el ojo un poco entrenado (todos lo percibimos, aunque no sepamos muy bien de que se trata, el cerebro funciona así. No lo digo yo, lo dice la cencia) es un viaje absolutamente fascinante. Cómo coloca la cámara Scorsese y como monta los planos colisionando uno contra otro es una cosa indescriptible en esta cinta (nuevamente no son mis palabras, a poco que uno se documente podrá ver que no estoy siendo nada original). Y en cuanto a originalidad, puede parecer también (sobre todo vista hoy día) que Casino tampoco derrocha demasiada.
Es Scorsese hablando de mafiosos. Bueno, pues otra más. O eso podríamos pensar. Pero Casino es de esas películas en las que el cómo se cuenta algo pesa incluso más que el qué se cuenta. Algo ya en decaimiento debido a los hábitos de uso compulsivo que tenemos gracias a internet. El motivo por el que Casino te agarra por las solapas de la camisa, te zarandea durante dos horas y luego te suelta de golpe, no es porque cuente una historia trepidante llena de suspense que busque romperte la cabeza con un giro final. Lo que cuenta puede llegar a ser tan mundano como ir al trabajo todos los días y tener un compañero insoportable en la mesa de al lado… Pero con casinos… y furcias…

No. La clave de Casino reside en cómo se cuenta esto. Sí, Las Vegas es un escenario de fantasía donde todo brilla y reluce y nuestra atención salta de una bombilla a la siguiente más brillante a ritmo de vértigo. La anécdota no está ahí. Ni como digo en los diferentes aspectos técnicos que hacen que una película sea algo más que la suma de sus partes. La genialidad de esta cinta reside en el punto de vista. Normalmente en cine no se usa la figura del narrador, se considera de mala escritura de guion. «Show, don’t tell» (Enseña, no cuentes). La fuerza del lenguaje cinematográfico es tal que la figura de un narrador explicando cosas se considera superflua o redundante y que todo debería ser aclarado mediante el uso de la imagen y las acciones, ni siquiera con el diálogo.
La genialidad de Scorsese en esta cinta va más allá porque no sólo utiliza un narrador. ¡Utiliza dos! En todo momento asistimos a dos puntos de vista opuestos que además se entremezclan con la acción. El montaje va por un lado y la narración en off va por otro. No es de esas películas donde vemos toda una secuencia desde un punto de vista y luego volvemos desde la visión de otro de los personajes para descubrir cosas nuevas. Aquí la acción avanza y vamos cambiando el punto de vista indistintamente de acuerdo a las necesidades de lo que Scorsese quiere contar. Porque si. Porque le da la gana. Porque las normas están para romperlas, siempre que se haga con intención y buscando determinados resultados.

Pues para no saber que decir… oye, no callas.
Es lo bonito del reflexionar sobre algo y no opinar así sin más. Que agarras un hilo, tiras de él, e inevitablemente te lleva al siguiente, hasta que desenredas la madeja y miras lo que has tejido con ella. Algo bonito, algo feo, algo alegre o algo enfadado. Para eso vemos películas, para distraernos, por supuesto, pero también para sentir cosas. Llevo un rato intentando poner en pié cuanto tiempo llevaba sin ver Casino. Porque mira que por estudios, por aquella época andaría pedante hasta decir basta. Y sin embargo, no recuerdo que me sacudiera de la forma que lo hizo anoche.
Pero claro, mi mochila se ha llenado de muchas cosas diferentes en todos estos años. Y lo más importante, casi no recordaba nada, algo que me sucede muy pocas veces (sobre todo con películas buenas o que me gustan). Creo que lo que intento decir aquí, es que sabiendo lo conocida que es (no tuvo mucho predicamento en su momento, pero le pasa a muchas obras que luego se vuelven de culto) es probablemente que ya te hayas enfrentado a Casino en el pasado. Independientemente del resultado, te recomiendo que te acerques de nuevo a ella (espero haber podido introducir algo en tu mochila que te anime a hacerlo) a ver que tal resulta esta nueva iteración de la experiencia.
Porque quiero cerrar siendo tópico de nuevo. Lo siento, hoy tengo pocos asideros originales en los que apoyarme en esta escalada. Pero es que las interpretaciones de Casino son de otro mundo. Ya sabíamos que el dúo DeNiro y Pesci funcionaba por películas anteriores en la que se habían cruzado. Pero aquí se genera una tensión entre ambos mezclando la amistad mas sincera con el odio más primitivo… Una dinámica de titanes rota únicamente por la intervención de Sharon Stone que vuelve a estar trasatlántica en su interpretación de Ginger (casi, casi, casi, para mi, el mejor personaje). Pero es que la música también da para mucho. Primero porque es una selección de temazos de la época comprendida desde los 50 hasta los 80. Pero es que además es diegética (que la oyen los propios personajes en la historia, simplificando mucho). Al final resulta, que cuando algo es lo suficientemente bueno, merece la pena sentarse a reflexionar un poquito sobre ello, aunque ya se haya dicho todo previamente…




