Otra deuda pendiente saldada. Resulta abrumador, a poco que tengas ciertas inquietudes culturales, ver la cantidad de obras universalmente reconocidas que se te han quedado en el tintero por uno u otro motivo. Afortunadamente el tiempo lo cura todo y nunca es tarde si la dicha es buena y no por mucho madrugar amanece más temprano y yo que se qué más. La cosa con Dune de Frank Herbert es que sí que me he quedado con cierto saborcillo agridulce por culpa del momento en el que he querido o podido acceder a ella.

Tengo muy frescas las dos partes de la adaptación cinematográfica de Daniel Villeneuve (que ahora, con la perspectiva de haber leído la novela, puedo afirmar que adaptan maravillosamente el libro) y además, me gustaron muchísimo. Por lo que me ha resultado imposible no tenerlas presente a la hora de leer la novela. Esto no es un problema en sí mismo, a fin de cuentas, aunque la trama sea la misma, son dos lenguajes diferentes que aportan sutiles diferencias. Lo que me apesadumbra es lo seminal que resulta la novela de Herbert (recordemos que se publicó en 1965, antes literalmente de TODO). Y quizás es cierto que sabiéndolo ahora, me hubiera gustado llegar mucho antes y mucho más virgen a la epopeya de Paul en Arrakis.

Son demasiados años de amigos muy cercanos y con mucho criterio acertado recomendándome su lectura. Pero la vida es como es, y tenemos tal sobrecarga de información que no siempre elegimos las cosas en el orden que más adelante podríamos considerar correcto. Cosa por otra parte que resulta ser una falacia, ya que la cultura y el ocio no están para rellenar un casillero, si no para disfrutar y ser felices, y en el proceso, enriquecernos un poco más como personas. Y ya puedo decir que la lectura de Dune me ha hecho muy feliz el tiempo que me ha llevado acometerla, y que después de finalizarlo, me siento igualmente un poquito más lleno cultural y emocionalmente hablando.

De brujas, mentats, melange y fremen.

Me daba mucho miedo, en los primeros compases de la novela, que la traslación de Villeneuve fuera completamente literal y ya «saberme» todo lo que iba a ocurrir. Afortunadamente, aunque la película sigue con cierta religiosidad (pun intended) los acontecimientos de la novela, es precisamente el cambio de lenguaje el que me acaba sorprendiendo en la versión literaria. Es cuando la novela juega a lo que juegan los libros, ofreciendo escenas como una simple cena, donde las intrigas recorren los platos como cuchillos afilados donde uno queda completamente enganchado.

En la película hay cosas que se insinúan, como el concepto de mentat. Humanos entrenados para reemplazar a las máquinas (de las que se habla en la serie, pero se ignoran por completo en la película). Una especie de superpoderes que ofrecen, cuando aparecen, una capita de pintura diferente y sobre todo revolucionaria, pues hablamos de una novela previa a Star Wars, a El Incal y a cualquiera cosa que estuviera por llegar gracias a su influencia. Es verdad que Dune ha influido tanto a tantas cosas, que me ha resultado casi imposible situarme durante su lectura en un mundo en el que no existía Dune. Pero como digo, no todos podemos nacer en el tiempo y contexto adecuados para llegar lo más puros posible a todas las lecturas y visionados de la historia.

Lo mejor de Dune es que en pleno 2025, que es cuando escribo estas líneas, me sigue pareciendo una novela de una relevancia tremenda. Es una novela que ahonda en conceptos como la ecología (algo, quizás a tener en cuenta, sumidos como estamos en pleno cambio climático), una novela que utiliza la religión y el culto a las figuras religiosas con un enfoque completamente revolucionario (y bueno, los que me conocéis ya sabéis lo que pienso grosso modo de las religiones). Tiene la épica de la mejor space opera, pero con un trasfondo de ciencia mucho mayor que la sitúa a caballo entre ambos géneros espaciales. Para sorpresa de nadie que la leyera en su día, Dune sigue resonando con la misma fuerza con la que lo hacía en su momento.

A mi, es que me gustó más el libro…

Que si, José Luis… De verdad, hay frases que actualmente deberían estar prohibidas. Si supiéramos la cantidad de películas que vemos que nos encantan y que no tenemos ni idea de que están basadas en novelas baratas… Alfred Hitchcock por ejemplo. Considerado como uno de los mayores directores de la historia del cine. El rey del suspense. Dirigió 53 largometrajes, de los cuales más de 45 están basados en algún tipo de material literario previo como novelas, cuentos, obras de teatro o incluso artículos periodísticos.

Sacudámonos ya ese acomplejamiento de «me gustó más el libro» que no viene a decir nada más que «también leo, ¿sabes?. Nadie lee y yo si, además de ver películas, leo mucho». Dune es un libro maravilloso, y ojalá esta reflexión sirva para que mucha gente (de los cuatro que me leen) que no se haya acercado a ella, le dé la oportunidad. Y luego, podrá haber buenas o malas películas inspiradas en dicho libro. Si en lugar de enfadarnos tanto cuando una película no adapta bien una novela (que esto da para otro par de reflexiones, porque estoy seguro que no valoramos lo mismo a la hora de hablar de adaptaciones), y nos enfadáramos por otras cosas más importantes relacionadas con la cultura, pero que nada tienen que ver con nuestro ego… Lo mismo otro gallo nos cantaría.

Dune, perdónenme si me repito, es una novela maravillosa. Totalmente revolucionaria para estar escrita en los años que fue redactada. Vigente en la actualidad, y probablemente para siempre. Con unos personajes completamente alucinantes, que gracias al lenguaje literario, podemos conocer muchísimo más en profundidad en la novela. Si ahora está de moda el conocerse a uno mismo y profundizar en aquello que define de donde vienes, no estaría de mas que todos nos acercáramos al material de origen que ha visto nacer tanta y tan buena ficción fantástica o de ciencia-ficción. Sigue siendo un viaje que merece la pena recorrer…

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