El verano. Esa época del año tan larga y a la vez tan breve. Unos días marcados por el calor, el cantar de las chicharras y por nuevas rutinas (o la ausencia de ellas) donde la vida parece transcurrir a otro ritmo, alejado de los compromisos del año restante, tanto el que ya dejamos atrás, como los meses que están por venir. Unas fechas completamente idealizadas por viajes únicos, amistades especiales, relaciones para el recuerdo. Por kilómetros, coches, autobuses, aviones o trenes. Donde todo es posible por unas semanas antes de volver a la rutina.
Los Buenos Veranos son una ventanita a las vacaciones de nuestros abuelos. Esas que desde la nostalgia, cuando nuestros padres empiezan a contar años hacia atrás en lugar de hacia adelante, nos recuerdan con un brillo especial en la mirada. Cuando nada era mejor, y sin embargo, de alguna forma, todo lo era. Cuando no existía el aire acondicionado, ni los cinturones de seguridad o las sillas para bebés. Pero también había muchos menos vehículos circulando, no existían las autopistas de quince carriles, y en general, se corría menos en la vida.
Una buena dosis de pros y contras, como todo en este mundo. Pero que inevitablemente quedan bañados por la pátina del sol y el color sepia que proporcionan los recuerdos más dulces y que convierten a los más amargos en agridulces. Porque al final el tiempo lo cura todo, y la vida es durísima, y son los pequeños momentos de asueto. Esos pocos días al año donde no sólo descansamos, si no que somos protagonistas de nuestras propias aventuras, donde hacemos lo que el trabajo o los estudios no nos permiten el resto del año. No existe nadie en el mundo que no guarde un recuerdo especial de algún verano.

¡Vamos al sur de Francia en un 4L!
Los Buenos Veranos nos pone en la piel (o pieles) de la familia Falderáult. Él, dibujante de cómics. Ella: dependienta de una zapatería. A su alrededor una caterva de niños y abuelos que dependiendo del verano les acompañaran en sus peripecias, siempre cruzando la frontera belga con el país galo, en busca del Sol y el buen tiempo. Cada álbum representa un viaje estival que la familia realiza en Don Bermellón, su fiel Renault 4 de color rojo. Y esta es una de las maravillas de la serie si pasamos por alto lo obvio de su maravilloso dibujo (el verdadero motivo por el que me acerco a la serie). Porque al estar cada historia ambientada en un verano diferente (y no necesariamente correlativo) se genera una magia paulatina que nos cautiva no sólo con el juego de estructura, si no que hace que poco a poco nos vayamos enamorando de los integrantes de la familia.
Desde los pequeños a los que literalmente vemos crecer y multiplicarse. Hasta esa relación entre los padres de la que somos testigos de sus momentos más dulces y amargos. Porque el verano es la época en la que se escapa momentáneamente de algo o se acude en busca de otra cosa. Una cala perdida en Marsella, una granja, un pequeño rinconcito al lado de un río, una nueva residencia de verano o los mejores destinos de la Guía Michelin. Sin importar cual sea el destino, cada nueva aventura comienza de forma similar. Los retrasos en la salida provocados por el trabajo de papá. Las bromas recurrentes entre los miembros de la familia. El paso por la frontera. Y de la misma forma, como las mejores tradiciones, poco a poco el volver y disfrutar de un cartucho de patatas fritas se convierte en un sello estampado con el lacre de los Fauldérault, ilustre familia de la que ya formamos parte todos los lectores.
Pero Los Buenos Veranos no se limitan a recrear el slice of life veraniego definitivo. Zidrou y Jordi Lafebre van mucho más allá tanto en forma como fondo. Mientras que el guionista utiliza a los miembros de la familia para pasar por encima de temas tan de actualidad hoy en día, pese a que la historia se ambienta entre 1962 y 1980, siguen de vigencia en nuestro tiempo. Cuestiones como la homosexualidad, la alienación laboral, el machismo, los conflictos generacionales, las secuelas de la Guerra Civil española… Cada destino veraniego pone a los Faldérault en conexión con la realidad social de una época que mantiene sus ecos en la actualidad.

¡Te vemos, Julie!
Es mediante la reiteración, de esos chascarrillos, cantinelas y pequeños gestos, que se repiten año tras años que se va generando ese vínculo especial en el que estoy haciendo tanto hincapié. Siento mucha curiosidad por saber como se produce este efecto en el orden de publicación original. Pues en nuestra edición integral española de Norma Editorial, los seis tomos que componen Los Buenos Veranos nos llegan ordenados cronológicamente. Mientras que en su publicación natal en Francia, seguían un orden salteado. Esto hace que algún prólogo en el que nos encontramos en el presente (con unos padres de la familia ya entrados en años o directamente ancianos) quizás pierdan algo de fuerza, pero como sus conexiones resuenan con el tomo en cuestión y no con la estructura global de la serie, mantienen su sentido narrativo.
Y si, ya lo anunciaba antes, el gran aliciente de esta obra (que a nivel de guión encierra muchisimo más de lo que parece a simple vista) es su apartado artístico. En esta casa somos muy amantes del trabajo visual de Jordi Lafebre. Y este Los Buenos Veranos nos llega por sorpresa cuando nos lo encontramos en una librería. Quizás pueda parecer un paso atrás después de auténticas barrabasadas como Carta Blanca, pero el trabajo del dibujante barcelonés es espectacular. No solamente porque resulta extremadamente atractivo a la vista. Narrativamente transmite un dinamismo y sentimiento que hace que en un par de páginas estemos de viaje dentro de Don Bermellón, y no salgamos hasta volver a cruzar la frontera y comernos nuestras patatas fritas.
Lafebre consigue que nos creamos el crecimiento de los niños de la familia. Que entendamos el pasar de los años para Madeleine y Louis. Quizás de una forma, de la que ni siquiera percibimos nuestra propia evolución, a menos que decidamos abrir ese viejo álbum de fotos viejas (ahora guardado en carpetas en la nube para ser consultado todavía menos que la carpeta del salón). Porque al final, Los Buenos Veranos, son aquellos que todos hemos tenido, con sus más y sus menos. Y si todo va bien, todos los que estamos por tener en el futuro…





