Se nos llena la boca con relativa facilidad de grandes supuestas verdades que son repetidas incesantemente sin cuestionar la realidad que invocan. Hoy me voy a centrar en una que me lleva haciendo daño (porque soy de esas personas que se dejan hacer daño por gente menos inteligente pero mucha más confianza) durante mucho tiempo: ya no se hace cine como el de antes. O cualquiera de sus múltiples versiones (ya solo se hacen secuelas, ya solo se hacen adaptaciones, el sistema de estudios está destruyendo el cine…).

Como toda gran mentira, muy adentro, en su centro más escondido, cuenta con una verdad pequeñita, pequeñita. Pero dicha verdad se va recubriendo de mierda y podredumbre, como una herida que no se lava y se venda; y acaba siendo un monstruo de dimensiones tan inasumibles, que resulta imposible detenerse a analizar su interior. Cuando uno escaba, solo encuentra más roña, así que roña debe ser. Me estoy poniendo muy metafísico para decir básicamente que si, que la forma de hacer (y sobre todo de consumir) cine; ha evolucionado muchísimo en las últimas décadas. Lo que no tengo tan claro es que haya sido a peor.

Quizás a un sistema diferente sea una forma más adecuada de definirlo. Porque nada es como era hace 30 años. Mucho menos que como hace 50. Pero no únicamente la forma de hacer películas. Ha cambiado la forma de distribuirlas. La forma de consumirlas. Ha cambiado la sociedad. Han cambiado los derechos civiles. La forma de alimentarnos. Nuestra esperanza de vida. La natalidad. Y claro; hemos cambiado nosotros. A veces no de la misma forma que nuestro entorno. Y el cambio, como asusta, nos hace percibir la realidad como algo amenazante. Como una cuesta abajo que nos hace ir cada vez más rápido hacia un precipicio que no deja de acercarse por mucho que intentemos dar la vuelta.

Dame Cuatro Fantásticos todos los días y doble ración los domingos, pero ver a Pedro Pascal intentando camelarse a Dakota Johnson con tanta clase…

Dakota Johnson se da un aire a Anne Hathaway y lo sabes…

Yo no soy un paladín de la esperanza. Claro que tengo miedo. Claro que percibo a mi alrededor la autodestrucción y la falta de esperanza. Tengo dos niñas pequeñas y me aterroriza la vida que les queda por delante. Pero algunas neuro divergencias, cuando encapsulas su parte más disfuncional, se convierten en superpoderes. Y mi superpoder es cuestionármelo todo, y ver la gema desde todas sus facetas. Quizás por eso me emperro en ver cierto halo de esperanza, quizás por eso sigo aprovechando y escarbando en la roña hasta encontrar esa pequeña verdad oculta entre tanta roña. Quizás por eso no estoy de acuerdo con que no se haga buen cine ahora.

Y ya toca, después de cuatro párrafos, hablar un poco de Materialistas, de A24, y de qué tiene que ver esto con tanta exposición auto terapéutica. Vamos a ver si soy capaz de ser conciso, si no, al menos claro. Llego a Materialistas de la misma forma, que cuando era joven y me sobraba el tiempo y el poco dinero que tenía me daba para hacer experimentos: arriesgándome. Yo iba antes al cine todas las semanas. Y obviamente me zampaba cada viernes el blockbuster de turno. Aquellos que nieguen esta premisa o bien se engañan a si mismos, o bien tiene la suerte o la desgracia de vivir en una pequeña realidad de bolsillo donde su cultura tiene esa dualidad donde la narrativa se divide entre alta cultura y cultura «de género».

Estaré muy pendiente de Celine Song a partir de ahora…

Debate para otro día. La cuestión es que no había taquillazo todas las semanas, y entonces es cuando llegaba la hora de poner a trabajar el instinto. Internet era una cosa incipiente, así que tocaba usar como herramientas de apoyo las revistas especializadas como Fotogramas o Cinemanía o recurrir a los escuetos y nada prácticos resúmenes o criticas de los periódicos (cuando había cultura en la prensa escrita). Sin ser el filtro más adecuado, al menos era una ayuda y no una solución. Tú buscabas intentar formarte tu propia opinión con un escaloncito en el que apoyarte. No que te dieran la respuesta ya masticada (y de nuevo estoy cayendo en el error, de que todo tiempo pasado fue mejor).

El caso es que tu esa semana, entrabas a ver cualquier película de las 20 que ofrecían los multicines habituales. Y podías salir sintiendo que habías perdido la apuesta o con una sandía cabiéndote por el ojete porque habías descubierto una pequeña maravilla que no esperabas. Una cinta con la que no sabías por donde soplaba el aire y que te sorprendía ofreciéndote cosas que no ibas buscando. Es lo que me ha sucedido con Materialistas. Obviamente, llegar completamente virgen a una película es complicado en una sociedad sobre informada como la nuestra (y sorprendentemente tan equivocada en todo siempre, y tan ignorante). En este caso únicamente sabía que Daniel Pemberton, a quien sigo en redes, se había encargado de la música.

El pragmatismo del personaje de Dakota es tan indiscutible, que casi duele reconocer que al final, no todo puede explicarse con racionalizaciones…

Y Pedro Pascal, que guapo está haga lo que haga siempre…

Así que miré la cartelera, y dentro de lo que había disponible, Materialistas fue elegida. Podría haber sido una estupenda siesta de dos horas. Sin embargo, me he encontrado con un viaje muy agradable de recorrer. Materialistas es de estas películas neoyorquinas. De esas películas que de estar ambientadas en Madrid o Barcenlona, los autóctonos estarían criticando constantemente que tal o cual calle no desemboca que aquella o aquesta plaza. Una Nueva York, como todo en el cine, que no es real, sino una versión idealizada, tanto en su máscara más cara, lujosa y presuntuosa, como en aquella que se presupone como más baja, precaria o inestable.

Si no se hace buen cine hoy día, que baje el dios de tu elección del cielo y lo vea. A24, una productora «independiente» (y lo pongo entre comillas porque si desde 2013 has producido más de 170 títulos, has ganado 21 estatuillas de esas que les importan a los de los premios, cuentas con mejor reputación que las grandes y has establecido ya varios clásicos modernos en géneros tan dispares como el drama, la comedia o el terror, pues lo mismo la etiqueta empieza a sobrarte), que está demostrando que en pleno siglo 21 se sigue haciendo cine tan bueno o tan malo como antes. Que la clave es llevarlo todo a un nivel más manejable. Y que esta filosofía, es compatible con compartir cabecera con grandes mastodontes con capas, misiones imposibles o gatos azules.

No hay un sólo diálogo de la película en el que no me quedaría a vivir…

El problema es que somos nosotros mismos los que no arriesgamos. Los mismos que nos quejamos que estamos hartos de tanta montaña rusa palomitera (yo no lo estoy, pero si te señalo con el dedo, lo mismo te enfadas, José Luis) lo que jamás nos gastaríamos un duro en una película romántica «con lo caro que está el cine» (que tampoco es verdad, José Luis, sólo tienes que salir un poquito de tu zona de confort). Si lo hiciéramos, nos encontraríamos (como he hecho yo, que ya está bien de no echarse flores a uno mismo) con obras como esta. Llenas de mensaje (igual que otras mas triviales, repito que no es incompatible), con unas interpretaciones magistrales. Una música que no será para ponérsela en el coche de camino al trabajo pero que funciona a las mil maravillas como parte del rompecabezas. Una fotografía preciosa y funcional. Y una dirección ejemplar, colocando la cámara con intención y narrando con ella ofreciendo ritmo e intensidad en una cinta donde básicamente la gente lo que hace es hablar.

Materialistas no sólo es una película romántica. Sabe ser ácida cuando lo necesita. Y tiene un mensaje de fondo lo suficientemente interesante como para que aquél dispuesto a verla más allá de sus capas más superficiales descubra que precisamente no es que las cosas vayan mal. No es que no quede talento; o que los grandes monstruos corporativos lo hayan fagocitado y no le permitan expresarse. Quizás la clave sea que nos hemos vuelto tan materialistas que negamos internamente lo que amamos, en favor de aquello que deseamos. Cuando los árboles no nos dejan ver el bosque, es cuando nos sentimos perdidos y amenazados. Quizás no sea necesario cenar todas las noches en el restaurante más caro de Nueva York, y comer un par de raciones de pollo con arroz en un banco del parque, también nos ofrece algo de plenitud y felicidad.

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