Si fuera amigo de hacerme las biografías clásicas de redes sociales. Esas donde aprendimos a llamar a las cosas (y especialmente a las profesiones) de las formas más rimbombantes posibles para hacer que parezcan algo completamente diferente a la porquería que son en realidad. Probablemente podría incorporar perlas como: «amigo de mis amigos», «arquitecto de sonrisas», «CEO de mis propios sueños», «capitán de aventuras improbables» y maravillas similares. Afortunadamente es algo que prefiero no hacer. Sin embargo, si que no me importaría poner la siguiente si algún día me animara a hacerlo: «devorador de historias».
El ser humano es un ser social (o eso dicen los expertos) y uno de los mayores actos sociales que llevamos ejerciendo desde la prehistoria, es el de intercambiar relatos. La ficción (al principio fuertemente anclada en la experiencia real) es un elemento importantísimo en nuestra evolución como especie y en nuestra maduración como personitas individuales. Y no lo digo yo, lo dice la cencia. Ahora está muy de moda también reconocer el juego como mecanismo de aprendizaje y tal. Y no paso tan por encima de este hecho por falta de acuerdo con la afirmación, si no porque se han escrito ríos de tinta al respecto con gente mucho más cualificada que yo para refutar la afirmación.
Cuando el juego y el relato se unen, se produce un efecto mágico donde el resultado es más que la suma de las partes. Realmente esto sucede cuando relato combina con cualquier otro sustantivo. Por ejemplo en cine, literatura o música, cuando el relato se fusiona con el arte (una fotografía preciosa, una descripción fascinante, una armonía deliciosa). Pero hoy vamos a hablar de juegos. Que es lo que toca. Y lo más curioso, es que Heat: Pedal to the metal no es, precisamente un juego narrativo. No como lo pudieran ser grandes mastodontes como ISS Vanguard, Tainted Grail, o La Llamada de Cthulhu LCG. Y aún así, si el jugador está relativamente atento a lo que hace, se encontrará ante historias dignas de la mejor superproducción Hollywoodiense.

Aquí venía un chiste sobre el tema de Javi Cantero, pero mi mujer no me deja.
Imaginaos un caluroso día de 1961. Cuando se mira el asfalto a lo lejos uno puede percibir las ondas de calor que se elevan a varios centímetros del suelo, como si nos encontrásemos ante un espejismo en el desierto. Pero el rugir de los motores no da lugar a duda de la realidad que nos rodea. Está a punto de comenzar el Gran Premio de Italia, donde los corredores tendrán que poner a prueba su destreza a los mandos de máquinas cada vez más veloces y potentes que dejan en pañales a aquellas que se podían ver en la pista hace solo unos años.
Nunca me he sentido especialmente orgulloso de la calidad de mi escritura para la ficción. Luego me acuerdo de que hay seis películas de Sharknado y me da un poco menos de vergüenza. La cuestión es que aún sin gustarme para nada las carreras de coches, motos, lanchas, caballos o caracoles; es imposible negar, que una BUENA HISTORIA ambientada en el mundo de la competición, siempre nos deja con ganas de más. Se me podrían venir a la cabeza decenas de películas dignas de elogio. Pero voy a ser más prosaico y citar por ejemplo a la justita pero entretenidísima Gran Turismo por poner un ejemplo relativamente recientes (por no hablar de que hace un par de meses que se estrenó directamente una película sobre la Fórmula 1).
Y esto fue lo que me vendió Heat: Pedal to the metal y lo que resultando ser cierto, me lo ha puesto como uno de los favoritos de mi ludoteca, y uno de los juegos que más mesa está viendo últimamente. Porque Heat no es un juego de carreras. Es un juego sobre películas de carreras. Y esto, que puede parecer baladí, es una diferencia fundamental que lo hace destacar sobre todos los demás que ya existen en el mercado. Tenemos juegos de fórmula 1, de NASCAR, de ciclismo, de motos, tenemos unos ambientados en rallies, en futuros a lo Mad Max, hasta carreras de camellos. Todos los sabores de la heladería para que uno se sienta al volante (o los mandos, o las riendas) del vehículo que más le satisfaga con mayor o menos grado de realismo.

Aquí, lo de «trata de arrancarlo», pero mi madre me ha llamado la atención.
Detrás de una mecánica sencillísima de gestión de mano. Heat: Pedal to the metal esconde uno de los juegos más dinámicos y trepidantes que he podido jugar últimamente. Con siete cartas en cada turno, cada una de ellas representando una velocidad oscilante entre 1 y 4 (luego hay mejoras de boxes que añaden más variedad y habilidades especiales), y dependiendo de la marcha del coche en la que vayamos, avanzaremos un número de casillas igual a la suma de los valores de dichas cartas. Algo a priori bastante sencillo. Pero que en la práctica, no lo será tanto. No sólo tendremos que tener cuidado con la velocidad máxima de cada curva por la que pasemos (sobrepasarla implicará hacer un trompo y volver a arrancar en primera, además de poner nervioso a nuestro piloto).
La cuestión es que a más forcemos nuestro coche, menos responderá. Y además de jugar con nuestra mano, lo haremos con la posición de los rivales; pudiendo aprovechar sus estelas, utilizando el rebufo para adelantarles siempre mano a mano forzando los límites intentando no salirnos de la trazada. Si le sumamos un sistema de clima y estado de la pista. Un sistema de bots que siempre garantiza que corras con el mayor número posible de coches (esto facilita las interacciones, los adelantamientos y los tapones en los sitios más insospechados, y los malditos corren como el demonio). Que cada nuevo circuito incorpora nuevas reglas como túneles, pista inundada, chicanes… Y que encima tiene un sistema de campeonatos donde entrarán en juego patrocinadores, la prensa…
Se que me repito. Pero en Heat no echas una carrera. Vives esa carrera dentro de una película. Ese momento en el que el protagonista debe demostrar todo lo que ha aprendido en enfrentamientos previos con sus rivales, el entrenamiento y las horas en el simulador. Y darlo todo en ese par de vueltas que lo encumbrarán a lo más alto… o lo dejarán tirado en la cuneta. Si le sumamos que el arte del juego de Vincent Dutree es una pasada, y juega también a diferenciarse ambientándolo en las carreras de los años 60, estamos ante un juego que con muy poco, evoca muchísimo. Un título en el que jugando, viviremos las mejores historias que un personaje podría tener al volante de su bólido.





