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«Una extraña aflicción se está extendiendo entre nuestros Alteradores, y debo explicarte cada detalle, pues mis temores crecen respecto al alcance de este mal, hasta ahora desconocido. Como Hermana del Claustro, es mi deber intentar comprender sus mecanismos, contenerlo en lo posible y, sobre todo, informarte, para que puedan tomarse medidas.

Comencemos, entonces, con mi primer encuentro con lo que he llegado a llamar el Olvido—un nombre quizá demasiado simple para una dolencia tan insidiosa y esquiva. Actúa de manera gradual, infiltrándose con tal sutileza que uno puede estar expuesto sin advertir síntoma alguno. Solo por un golpe de suerte logré detectar sus primeros efectos e identificar sus manifestaciones.

Fue durante una expedición en el Ojo del Cuervo cuando sentí por primera vez su presencia. Acompañaba a un grupo de exploradores en el corazón de la Ciudad de los Eruditos. La primera parte del viaje transcurrió sin incidentes. Fue únicamente al segundo día, cuando nos adentramos más en el laberinto subterráneo, que comenzaron a aparecer las primeras anomalías. Conforme avanzábamos, nos vimos sobrecogidos por emociones intensas: pena, soledad, miedo. Quimeras, atraídas por tales sentimientos, nos atacaron en varias ocasiones. Los Alteradores de la expedición las rechazaron sin dificultad, invocando a sus Eidolones en nuestra ayuda. Sin embargo, percibí en ellos, incluso en los más veteranos, una inquietud creciente. Pese a su familiaridad con el terreno, sus reacciones se volvían más lentas. Cada nuevo ataque resultaba más peligroso que el anterior.

Fue cerca de los límites externos de los últimos niveles cartografiados de la Ciudad cuando experimenté algo verdaderamente perturbador. Un miedo visceral nos atenazó, acompañado de una profunda desazón. Allí se cernía una presencia malévola. Aún no habíamos iniciado la retirada cuando una densa tensión cayó sobre nosotros. Se dio la orden de volver y nadie objetó—todos se sintieron aliviados de abandonar el lugar. Pero quizá no lo hicimos con la suficiente rapidez.

De la oscuridad surgieron espectros de miembros huesudos y sonrisas torcidas. Los Alteradores reaccionaron de inmediato, llamando a sus Eidolones en su auxilio. Sin embargo, algunos quedaron inmóviles, incapaces de invocar nada. Sus ojos estaban vacíos, perdidos en una confusión que no pude comprender. Mientras la batalla se libraba en torno a ellos, permanecían presos de un estupor inexplicable. Una vez superada la amenaza y atendidas las heridas, comenzaron las preguntas. ¿Por qué no habían respondido? Las respuestas resultaron aún más inquietantes: habían… olvidado. Olvidado la existencia misma de los Eidolones que siempre habían podido convocar.

Intrigada, interrogué a uno de ellos en detalle. Me confesó que todo había empezado con pequeños lapsos, días antes de nuestro descenso, tras una expedición previa a las profundidades. Recuerdos difusos, nombres olvidados. Nada alarmante, pensó—hasta aquel momento crítico en que ya no pudo recordar al Eidolon que debía invocar. Registré estas observaciones con minuciosidad, decidida a desentrañar su lógica.

De vuelta en la superficie, emprendí una investigación exhaustiva. Consulté los informes de expedición en la Plaza Mayor, revisando archivos bajo la desaprobadora mirada de los Ordis. Reuní una lista de incidentes similares y me entrevisté con los afectados. Pronto emergió un patrón. La “enfermedad del olvido” aquejaba a quienes se habían adentrado más profundamente en el Ojo del Cuervo. Todos describían un malestar vago, una sensación de amenaza inminente. Y siempre, la misma progresión: de lapsos menores a una amnesia total. Lo más preocupante era su efecto sobre los Alteradores. Varios casos muestran que el Olvido corta su vínculo con los Eidolones—un desarrollo alarmante, pues dependemos de ellos para combatir a las Quimeras y otros horrores del inframundo.

Los síntomas están ya bien documentados: una sensación de pérdida, como si fragmentos de memoria fueran arrancados de la mente. Luego, la incapacidad de recuperar pensamientos concretos. Después, las lagunas de memoria se vuelven dolorosas, como si un sifón silencioso drenara sus recuerdos. Los más afectados conservan apenas lo esencial: su nombre, su función, algunos jirones de su pasado. Cualquier intento de explorar sus propias memorias los conduce a un vacío sin fondo, una amputación psíquica que los empuja hacia la desesperación.

Con la ayuda de los cirujanos Rati, los sanadores del Claustro han logrado aliviar el sufrimiento de los pacientes implantando recuerdos artificiales—fragmentos psíquicos donados por sus seres queridos, que actúan como remiendos en sus mentes rotas. Estos recuerdos reconstruidos les permiten desenvolverse, aunque al precio de ciertas incoherencias. Por ahora, sus personalidades esenciales permanecen intactas.

Pero la alarma se extiende aún más. Han comenzado a manifestarse síntomas menores incluso en individuos que jamás se han acercado al abismo. Un ayudante de cocina del Refectorio, dos jardineros de la Granja, seis clérigos de la Plaza Mayor. Como si la aflicción ascendiera lentamente desde las profundidades, propagándose hacia el exterior. ¿Podría tratarse de un agente infeccioso? ¿Una entidad viral que se expande sin control?

Aún no sabemos cómo identificar con certeza a los afectados. Demasiados casos pasan inadvertidos. Por ello recomiendo, en la medida de lo posible, la suspensión temporal de todas las expediciones al subsuelo, hasta que podamos aislar al agente responsable. Soy consciente de que esto contradice los mandatos de la Tentativa de Redescubrimiento, pero no podemos permitirnos este riesgo.

Sea como fuere, toda persona que regrese de la Ciudad de los Eruditos debería someterse a un examen completo. Y, de ser posible, recomiendo trasladar el puesto avanzado varios cientos de metros más lejos, para establecer una zona de cuarentena en torno al Ojo del Cuervo».

Hermana Mathilde, Auxiliar del Claustro

Este es un relato traducido de la web oficial de Altered TCG. Podéis encontrar el original en el siguiente enlace: https://www.altered.gg/news/oblivion

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