393 AC

«¡No pasa nada! ¡A todo el mundo le falla la memoria alguna vez, o eso dicen!», pregona ella a pleno pulmón.

Nevenka me recoge en sus brazos como si fuera una muñeca de trapo y me acaricia el pelo exageradamente, como haría una madre con su hijo. Solo le faltan unos empalagosos «ya está, ya está». Chasqueo la lengua con fuerza al apartar la cabeza y le lanzo una mirada furiosa, mientras ella se pregunta qué demonios ha hecho mal. Incapaz de soportar esa expresión tan ingenua, tan desarmante, acabo apartando la vista con un mohín.

«¿Qué? ¿Qué he dicho?», protesta.

Nev se planta delante de mí con un gesto insistente y desconcertado. Es evidente que no ha entendido por qué estoy molesto, ni que es una señal de que debería dejarme en paz. Y lo comprendo, de verdad. Siempre ha sido así. Aun así, creo tener todo el derecho de sentirme irritada, obligada a explicarlo otra vez cuando ya resulta tan humillante.

«No, Nev, ese tipo de vacío… eso no me pasa a mí.» Ella se rasca la cabeza.

«¿Sabes que no eres la única? Ayer mismo vi a un Alterer olvidar a quién estaba invocando. ¡Puf, nada, cero, en blanco total! Ya sabes, como cuando tienes algo en la punta de la lengua. Está ahí, pero no consigues sacarlo. Te pasas la lengua siete veces tratando de encontrarlo y aún así… nada. Una vez me pasó a mí también, aunque resultó ser un caramelo de fresa. Lo cual fue un alivio, en cierto modo. O quizá era una pastilla de menta, no lo recuerdo.»

La miro incrédula. «¿Te escuchas?» «Pues claro», responde muy seria, y me doy cuenta de que se ha tomado la pregunta al pie de la letra. «¿Tú no?» «¡Olvídalo!» Me paso la mano por la cara mientras ella pone gesto herido.

«Mi primo Kuzma siempre decía que odiaba oír su propia voz, que nunca la reconocía. Yo, normalmente, sí me oigo. Salvo a veces, sin motivo, que mi voz simplemente… desaparece. Y entonces no la escucho en absoluto. A veces durante días. Suele pasarme cuando tengo mocos, la verdad. No creo que sea una coincidencia… Seguro que hay un refrán para eso, algo como ‘mocos, voz que se esconde’. En fin, las voces son caprichosas.»

Suelto un largo suspiro.

«No tengo un resfriado. ¡No tiene nada que ver!» «¡Exacto! Es como eso, pero no. ¿Por qué siempre me llevas la contraria? ¿Comprobaste si era un caramelo?» «¡Nev!», estallo, claramente exasperada. «¡Fen!», me grita ella de vuelta.

Creo que instintivamente se da cuenta de que está tensando demasiado la cuerda, porque se pone a caminar de nuevo por los corredores sombríos de la ciudad sumergida. O quizá lo hace solo para escuchar el eco de nuestros nombres rebotando en la piedra. O peor: tal vez cree que alguien la llama más adelante en el pasillo y se queda escuchando de forma compulsiva. No sería de extrañar…

Camina con las manos entrelazadas tras la cabeza.

«En fin, cuanto menos sepamos, mejor, ¿no? ¿No era ese el lema del grupo?» «No exactamente. Es más bien decir que se necesita valor para ser sabio, porque significa admitir que no sabes. De ahí viene el nombre del grupo. Tal y como yo lo veo, la ignorancia no es una virtud. Pero admitir que no sabes nada… eso es lo que conduce a la verdadera dicha… y también a un tormento constante. Porque somos conscientes de nuestra condición.»

Nev hace el gesto de un pez soltando burbujas.

«Así que, básicamente, eres una masoquista», dice, pensativa. «Aunque los que vivían aquí fueran sabios, al final murieron todos igual.» «Tal vez confundieron la sabiduría con la arrogancia…» «O quizá alguien se comió sus cerebros.»

La miro, desconcertada y un poco descolocada por el comentario.

«¿Qué quieres decir?» «La ignorancia es tener la cabeza vacía. Quizá sus recuerdos se fugaron, como en un fregadero con el tapón roto. Goteo, tiras del tapón y glugluglú…» «No estoy segura de—»

Juju revolotea sobre nuestras cabezas, piando y batiendo las alas, señal de que no hay peligro cerca. Lo veo perderse en la humedad oscura. A nuestro alrededor, flotan piedras negras en el aire. Algunas siguen trayectorias definidas; otras vagan a la deriva, como abandonadas a su suerte. Nev parece reparar en que me fijo en las más solitarias.

«Por eso te traje aquí», admite de repente. «Oh, Nev. ¿En qué lío me estás metiendo esta vez?» «Pues… estaba buscando un sitio para esconder tu micro…»

Siento otra oleada de fastidio.

«¿Me robaste el micro?»

Ella se encoge.

«Sí, bueno… Se suponía que fuera una búsqueda del tesoro. Pero nos estamos desviando. El caso es que iba silbando y empecé a oír cosas.» «Si empiezas a hablar de tus voces otra vez…» «¡No es culpa mía si no se callan! Pero no, esta vez no eran ellas. Era como si estuviera dentro del sueño de otra persona, escuchando por el ojo de una cerradura.»

Suspiro.

«Mira, Nev. No sé de qué me hablas. Sé que quieres entender, así que lo intentaré explicar una última vez. Pero después de esto, se acabó, ¿de acuerdo?»

Se detiene en seco, como si saliera de un sueño, claramente desorientada.

«Es como si me hubieran arrancado las palabras», digo al fin. «No fue solo olvidar: fue como una amnesia total. Tuve que pedirle a Tamati que me las repitiera, que sacara la libreta y repasara mis notas. Tuve que reaprenderlo todo.» «Lo sé. Pero… ¿a dónde fue?» «¿Por qué das por hecho que fue a alguna parte?» «Porque sí.»

Se acerca a un poliedro negro y posa la mano sobre su superficie lisa.

«Porque ahora está aquí dentro.»

La miro, desconcertada.

«Bueno, quizá no en este en concreto, pero es como tu micro. Lo que tenías en la cabeza está jugando al escondite.»

Me quedo un poco perpleja, mirándola.

«¿Quieres decir…?» «Que la Ciudad es una sanguijuela gigante que te chupa el cerebro con una pajita y lo mete en una de estas piedras», responde, impasible. «¿Tienes pruebas de esa teoría?», pregunto, horrorizada.

Ella solo se encoge de hombros.

«A mí me parece lógico.»

Da unos golpecitos en la piedra, como si fuera una puerta.

«Nev, no sé a qué te refieres con eso…» «¡Shhhh!», me interrumpe, llevándose un dedo a los labios y agitándome la mano para que guarde silencio. «¿Y ahora qué?» «¿No lo oyes?»

Muerdo el labio y me callo, escuchando, abriendo el oído al Viento. Frunzo el ceño ante un sonido tenue, casi un lamento. Suena a canto, a rezo. Una especie de plegaria. Nevenka apoya la oreja en una piedra negra y luego sonríe.

«¿Será aquí?», murmura, más para sí que para mí.

Antes de que pueda decir nada, activa su Igniscencia y sopla unos pensamientos dispersos dentro del cubo negro. De inmediato, emerge una burbuja reluciente que empieza a hincharse. Cuando estalla, libera a nuestro alrededor jirones de polvo dorado que se condensan en tenues figuras. Esbozos de rostros aparecen, luego cuerpos, apenas perfilados por partículas errantes. A nuestro alrededor toma forma lo que parece un pequeño anfiteatro.

«No, este no», dice Nev, alejándose ya.

Yo me quedo inmóvil, contemplando el humo danzante. Niños sentados en círculo rodean a una cantante. No están realmente allí, pero se les ve, como post imágenes espectrales dejadas atrás. Escuchan a la cantante con reverente atención. Y aunque no comprendo del todo las palabras que entona, capto el sentido que transmiten, llevado por los pensamientos que contienen.

«Baila para nosotros, niña de miel
Eres la hija, el brote en flor
Nuestro amanecer, nuestro milagro»

Son alabanzas. «Tampoco es este», suspira Nev, golpeando otro bloque de obsidiana. No muy lejos, una madre espectral tararea una nana a su hijo adormilado. Reflejos y humo del pasado…

«Canta, ruiseñor, canta
Tú que tienes un corazón alegre
Tu corazón conoce la risa
Mientras el mío solo conoce lágrimas»

Por mi parte, me quedo ahí, sin palabras. Escucho, observo. Absorbo esos cantos. Esas palabras son expresiones de amor de la gente hacia su Ciudad. Pero entretejida en ese afecto hay una profunda tristeza: la pena de una edad perdida, de una alegría que ya no existe.

«Vela por nosotros, hermana del sol
Eres la madre, la flor
Nuestro cénit, nuestro despertar»

«¿Será aquí?» Nev hace florecer otra burbuja, que se hincha hasta reventar. Esta vez revela lavanderas golpeando la ropa y tendiéndola en líneas invisibles. Canturrean suavemente mientras trabajan.

«¿En esta orilla qué retuerces?
En el bosque oscuro se alza una voz doliente
¿En esta orilla qué retuerces?»

«¡Uf, tampoco!», rezonga Nevenka, apretando los puños.

«Líbranos, reina del amargor
Eres la anciana, el veneno
El vientre del sueño eterno

Duerme ya, diosa cruel
Tu garganta es una prisión
El vientre del sueño eterno»

Un nudo súbito me oprime el estómago mientras las lágrimas empiezan a rodar por mis mejillas. Estas canciones están tan cargadas de emoción que desgarran las mías. En esos últimos versos escucho amargura y arrepentimiento. Es el canto de los muertos, de los condenados que caminan hacia la horca y la contemplan con resignación serena. Es su única salida, y lo saben. Empiezo a comprender que dentro de todos estos bloques residen recuerdos: fragmentos sellados de otro tiempo. Trozos de vida atrapados en la piedra, pequeñas escenas prisioneras…

«Aquí podría perderme», murmura Nevenka. «¿Qué estamos buscando exactamente?», pregunto, enjugándome las lágrimas. «Tu canción. Está aquí, en alguna parte. Lo siento.» «¿Cómo puedes estar segura?» «Porque sí. Porque la Ciudad sufre. Le duele. Y es inmortal, así que es un dolor que nunca acabará. Por eso roba recuerdos e imaginación: para evadirse, para pensar en otra cosa, para soñar. Es como una droga. Lo único que la calma. Pero el Éter no tiene sustancia. El Éter no alimenta. Así que, al final, todo carece de sentido…»

Mis ojos se agrandan. Es raro que Nev hable con tanta gravedad. Abro la boca para preguntar cómo sabe todo eso… pero me detengo. En el fondo, sé que tiene razón. No es conocimiento. Es otra cosa. Una corazonada. Una intuición.

«Eso era lo que decías, ¿no? Que a veces es un tormento ser consciente de tu propia condición. Pero, en ese caso, el olvido se convierte en refugio. Y más aún si camina de la mano con la dicha.»

La observo, con el estómago encogido y el corazón pesado. El dolor de la Ciudad ahora me parece evidente. Es como un grito sin fin, un lamento desgarrador que resuena sin descanso en la oscuridad. Lo oigo en el silencio, detrás del silencio. Anhela paz, una paz que se le niega para siempre…

Y el verdadero olvido.

Este es un relato traducido de la web oficial de Altered TCG. Podéis encontrar el original en el siguiente enlace: https://www.altered.gg/news/ignorance-is-bliss

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