Lleva ya varios meses en mi estantería de lecturas pendientes. Un poquito menos de tiempo desde que mi mujer se lo leyó, lloró mucho y me dijo que me pusiera con ello. Ella sabe que yo cumplo, pero bendita paciencia para esperar que llegue el momento adecuado. Me he podido permitir esperar a que mi corazón estuviera en el sitio correcto para poder afrontar la lectura de la obra de Guillem March. Un tiempo del que Catalina no dispone para asumir las consecuencias de sus actos.
Ya adelanto que Karmen es una obra tremendamente emotiva, con una dureza inherente a los mejores dramas. Si hace nada escribía que ,cuando afrontamos una obra, tenemos que ser honestos con nosotros mismos y tener claro qué es lo que buscamos a la hora de sentarnos a leer, ver o jugar; ahora toca hablar un poco de las expectativas. Ya que no es lo mismo que busquemos poner el cerebro en piloto automático, que reírnos un rato, o que buscar algo que nos remueva por dentro. Lo que a su vez nos lleva a hablar de expectativas.
Porque claro, a ciegas uno no puede saber qué esperar. Es por eso que, a mi entender existen espacios como este. Vaya por delante que me parece lícito que cada uno se informe donde y como quiera. Pero me parece un error buscar en la opinión de los demás la formación de la de uno mismo. Ya decidiré yo si algo es bueno o malo cuando me ponga con ello. Lo que quiero saber es un poco a qué atenerme, pues mi tiempo es limitado, mi situación emocional inestable y lo mismo no es buena idea sentarme a ver La mesita del comedor cuando lo que mi mente necesita es La vida de Brian.

Yo no estoy llorando, tú estás llorando.
En un intento por protegernos en este mundo cada vez más veloz, hemos acuñado el término de las red flags. Un concepto que nos permite, de un plumazo, identificar temas que pueden herir sensibilidades, o que por nuestras experiencias personales, pueden dañarnos emocionalmente porque tenemos dificultades para manejarlos aunque sea en el contexto de la ficción. En este caso Karmen habla claramente del suicidio, hay desnudos, se insinúa una violación, se muestra el drama de la inmigración. Se trata de una obra dramática, adulta y madura (no es lo mismo ser adulto que ser maduro, pero esa aclaración me la dejo para rellenar otro escrito en el futuro).
La historia nos habla de cómo el cerebro procesa los sueños al regresar al mundo de la vigilia. Nos presenta a Catalina y Xisco, dos amigos de la infancia; y pasa automáticamente al suicidio de Catalina, al que acude Karmen. Una especie de identidad que nos recuerda a la Muerte de Mundodisco en algunos aspectos. Ambas iniciarán un paseo por las calles y cielos de Mallorca mientras lentamente se va realizando un ejercicio de introspección vital en la mente de Catalina. A lo largo de este viaje, aquellos que empaticen con ella (y Guillem March consigue que lo hagamos a una velocidad arrolladora) empezarán a sentir su desdicha, y cuanto de aquella es parte de la sociedad en la que vivimos, y cuanto alimentamos nosotros mismos por una mala gestión de las emociones (y es quizás lo más duro de todo).
Casi da rabia gastarse la respetable cantidad que vale un volumen de estas características y acabárselo de una sentada. Pero volvemos a lo mismo que planteábamos en el inicio. ¿Para qué lo compramos? ¿Para qué y cuándo nos sentamos a leerlo? Porque si lo que queremos es rellenar muchas horas de distracción, tenemos opciones mucho más rentable en la relación euro/minuto de lectura. No. Entiendo que una lectura como Karmen debería ser para aquellos que busquen removerse un poco por dentro. Porque al final, cuando todo lo de las estanterías se cae al suelo, podemos volver a colocarlo tal y como estaba. O aprovechar para hacer algunos ajustes, modificar el sitio de algunas cosas y a la que nos ponemos, decidir tirar algunas que no sabíamos que ya no necesitábamos o queríamos.

Que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.
Es precisamente el enfoque onírico de toda la obra, el que realiza la función catalizadora que nos ayuda a procesar todo lo que Guillem nos quiere contar. En un inicio Catalina no es consciente de lo que ha hecho. Pero poco a poco se irá dando cuenta de lo sucedido, y las ramificaciones que ello conlleva. La mano izquierda del autor para desarrollar este proceso es magistral. Siendo dulce cuando toca proteger, y firme cuando toca dejar la condescendencia a un lado. Pues Catalina es un personaje con vida propia, a que queremos que Karmen ayude, y la condescendencia únicamente ayuda a aquellos que la ejercen, pues procede del autoengaño de que el interlocutor no es capaz de procesar la cruda realidad.
El dibujo es algo fuera de serie. No porque la técnica sea superior a algo que puedan realizar otros autores. Karmen es una obra tremendamente personal, y así se vuelca el dibujo de March sobre las páginas. Una obra con su protagonista desnuda en la práctica totalidad de la misma y lo único que sentimos al respecto es belleza y vulnerabilidad. Donde pudiendo fijarnos en el físico de Catalina, que sin ser arquetípico de la voluptuosidad, refleja la belleza de lo natural; sin embargo siempre decidimos en su cara y su mirada, pues es en sus ojos donde reside la narrativa de cada momento de esta triste historia.
Y aún así, estamos tan acostumbrados a que los dramas como Karmen sean, pues básicamente eso, tan dramáticos; que casi en lo personal, me he sentido un poco decepcionado con ese optimismo que la obra pretende que nos llevemos a la cama al terminar. Uno siente habitualmente que hay tantos problemas que no tienen solución, que nos puede parecer inverosímil conseguir reparar los más terroríficos. Pero aún así, no es nada aconsejable calificar a la obra entera por una única de sus partes. Por lo que en mi caso, cogeré eso tan pequeñito, que no es que me haya gustado, pero que no me termina de encajar, y dejaré que el tiempo y el recuerdo de lo mucho que me ha encantado, lo vaya diluyendo lentamente en la mezcla. Al final, aprender de la experiencia, es tener la fuerza necesaria para dejar ir los momentos particulares que nos entusiasmaron con mayor fuerza, junto con aquellos terribles que queremos olvidar, y dejar que se mezclen en un conjunto que nos deje buen sabor de boca al recordarlo. Que sin entrar en detalles, podamos decir: «Qué bonita fue aquella experiencia».





