Seguimos repasando la historia de Astérix el Galo con su segunda aventura. En esta ocasión asistimos por primera vez a uno de los conceptos recurrentes más importantes de la saga: el viaje. Si en su primera aventura, la acción transcurría a caballo entre la aldea gala y los campamentos romanos que la rodean, como ocurrirá innumerables veces a partir de ahora, Astérix y Obélix se embarcan en un viaje que les llevará a recorrer nuevas regiones de la Europa de la época (y más adelante llegando a lugares tan lejanos como Egipto o la India, pero no anticipemos acontecimientos).

Aunque para ellos supone una aventura de varios días, el destino de nuestros dos abigarrados galos no se encuentra demasiado lejos de su lugar de origen. Será la cosmopolita Lutecia (hoy conocida vagamente como París). Aunque en aquel entonces sólo era la pequeña Île de la Cité, un pequeño islote en medio del río Sena, Goscinny y Uderzo ya la muestran como una urbe mastodóntica en comparación con la pequeña aldea gala. Con sus problemas del primer mundo derivados de la masificación, como los atascos, el turismo o la inflación.

No nos cansaremos de repetir que esta es una de las mayores genialidades del humor de Astérix. La traslación de elementos anacrónicos de nuestra era contemporánea al mundo antiguo de las Galias, pero adaptadas al momento. Eso y el contraste de una acidez humorística finísima enfrentada a el slapstick de manual, de golpes caídas y porrazos. El dibujo de Uderzo todavía se está definiendo, y aunque nuestros protagonistas (y secundarios) ya se parecen muchísimo más a los diseños que perdurarán para siempre en el imaginario colectivo, todavía guardan reminiscencias con sus versiones primigenias de Astérix, el galo.

Tu primo debe ser muy rico. ¿Y qué hace con el oro que le dan por fabricar hoces? Pues fabricar más hoces.

Con esta conversación simplificada entre Astérix y su amigo Obélix, René Goscinny resume a la perfección el capitalismo (y todavía quedan décadas para Obélix y compañía, donde exprimirán esta idea con una maestría digna de ser estudiada en universidades de todo el mundo). Algo inevitable, porque ante la necesidad de comprar una nueva hoz de oro de la mejor calidad, tendrán que viajar a Lutecia, y allí se encontrarán ante una realidad mercantil inesperada.

Amérix, el primo fabricante de hoces de Obélix ha desaparecido. Pero en garitos de mala muerte (tabernas de la época, con sus bardos tocando la música popular de la época, su consigna y sus reservados) descubrirán que las hoces se siguen vendiendo y a precios prohibitivos. Sus pesquisas le llevarán a descubrir una red de tráfico de hoces de oro que está haciendo su agosto ante la inminente reunión de druidas del bosque de los Carnutes. Si esta no es una trama digna del mejor procedimental detectivesco (con sus tópicos incluidos) que baje Tutatis y lo vea.

Pero claro, una investigación con poción mágica es mucho menos sutil que las llevadas a cabo por Grisom y compañía. Y es que nada suelta más la lengua que una buena dosis de mamporros. No ahondaré más en la trama, para no desvelar el misterio (tampoco demasiado elaborado, que a fin de cuentas seguimos en un tebeo de aventuras). Pero baste decir que los autores siguen definiendo maravillosamente el estilo de la serie, viendo lo que funciona y lo que no, y destilando una esencia que en pocos álbumes ya será oro puro, como aquel con el que se fabrican las mejores hoces.

Víctima de su época (los años 60, no la Conquista de las Galias).

Inevitablemente también empezamos a ver algunos problemas inevitables en la época que se escribió la historieta. Con tanto viaje veremos con el tiempo como Astérix y Obélix se cruzan con multitud de razas y nacionalidades y desgraciadamente, estas resultan ser tremendamente arquetípicas. Ya ahondaremos en esto, pues todavía no hemos salido de Francia. Pero ya se presentan algunos localismos con acentos extremadamente marcados, como los Arvernos que pronuncian la S con la CH.

Lo que en nuestros días es un poco motivo de taparse la cara con la mano, a la vez refleja una labor de documentación exhaustiva para un cómic de estas características. Aprovechando para rellenar un poco, aprendemos que los arvernos eran una tribu celta que habitaba la región del centro-sur de la Galia (Auvernia, concretamente), y son importantes en la construcción del mundo de Asterix ya que Vercingétorix fue el jefe Galo que más guerra dio a Julio César y era arverno (historia que más adelante dará pie a otro álbum magistral).

La mejor forma de desgranar un tebeo de Astérix, es leyéndolo. Nada de lo que yo pueda reflejar en estas líneas hará justicia a la obra maestra que es la serie. Astérix: La hoz de oro no es más que otro pequeño paso en una dirección que nos llevará a un viaje larguísimo (afortunadamente) en busca de aventuras, risas y un poquito de pensar en cómo es realmente el mundo que nos rodea, mientras nuestro niño interior disfruta con cada sonora bofetada que se llevan «merecidamente» los romanos…

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