393 AC
A esta profundidad, es difícil tener una noción del paso del tiempo — o siquiera saber qué hora es, en realidad. Aquí abajo, en la insondable oscuridad de la Ciudad, el tiempo parece estirarse y dilatarse; o, en raras ocasiones, comprimirse. Cuando se molesta en mirar su reloj, a veces solo han pasado unas cuantas docenas de minutos, aunque habría jurado que fueron horas.
Pero no importa — es hora de descansar, y el momento ya venía con retraso. Cuando su mente empieza a jugarle malas pasadas, siempre puede contar con su cuerpo para devolverlo a la realidad. Si tan solo pudiera hacerlo de otra forma que no fuera a través de dolores y punzadas, sería preferible, claro — pero ¿le prestaría atención entonces? Eso está lejos de ser cierto.
Dejando atrás el laboratorio mientras este se despliega —una operación que seguramente tomará al menos media hora—, Treyst va a reunirse con los pocos trabajadores que han decidido hacer una pausa. Están sentados sobre bloques de piedra, negros como el azabache. Uno de ellos, agotado y exhausto, ya está cabeceando, mientras que otros conversan, beben sorbos de sus cantimploras o mastican barras energéticas. Incluso los que deciden mantenerse despiertos parecen completamente rendidos y deslavados.
El ingeniero se sienta en su silla con ruedas y desactiva sus férulas Kelónicas. Luego se recuesta contra el respaldo, intentando olvidar el dolor que le recorre desde la base de la columna hasta el cuello. Se masajea las piernas maltrechas casi sin pensar, para que la sangre fluya, tal como le recomendó el médico hace años… Lo ha hecho religiosamente todos los días, como un mantra, aunque a veces se pregunte cuál es el sentido.
Rebusca en la nevera portátil y —pshht— abre una lata de soda, luego se bebe la mitad en solo unos cuantos tragos. La deja sobre el apoyabrazos antes de inclinar la cabeza hacia atrás y soltar un largo suspiro.
Encima de él, los poliedros continúan su inmutable danza. Aquí, las perspectivas son desorientadoras, llenas de bucles infinitos, patrones geométricos y desconcertantes puntos de fuga. No puede mirarlos por mucho tiempo; su arquitectura es demasiado insana, demasiado aberrante. Es un reto sensorial, capaz de inducir vértigo, de desafiar las leyes de la física y de asaltar la razón misma.
Los registros dicen que la Ciudad de los Eruditos es un vestigio de la era pre-Confluencia. Pero esta arquitectura no tiene nada de humano. A lo largo de los siglos, probablemente fue devorada por el Tumulto. Bajo su influencia, mutó. Lo que queda no es más que una expresión del caos en que se ha convertido el mundo. Una curiosidad, una deformación —como una célula cancerígena que consume todo a su alrededor para rehacerlo a su imagen… Por supuesto, quedan algunos vestigios de lo que fue: escaleras, corredores, salones y antecámaras —pero torcidos, distorsionados hasta volverse casi irreconocibles.
Durante sus estudios, aprendió sobre un artista del Mundo de Antes que solía retorcer las matemáticas para crear formas extravagantes. Aunque ahora no recuerda su nombre, lo que ve le recuerda esas construcciones imposibles. Sí, todo aquí es una construcción imposible… Al final, extraña el cielo; incluso él, acostumbrado a la penumbra crepuscular de la Fundición, siente su ausencia.

Alzando la cabeza, Treyst nota que los trabajadores ni siquiera se han molestado en encender sus lámparas kelónicas. El resplandor diáfano de las bombas es suficiente para iluminar la caverna en la que están —no hay necesidad de artificios adicionales.
Gracias a la pericia y un poco de suerte, los especialistas en energía de Axiom lograron convertir los cilindros kelónicos para almacenar esta nueva sustancia, extrayendo un rendimiento energético más o menos estable. Y aunque la eficiencia del proceso aún necesita mejoras, alivia significativamente la presión sobre las reservas actuales de Kelon, que han estado por los suelos desde que cruzaron el Storhvit.
Toma un pedazo cuadrado de la sustancia y lo deja caer en su soda para que se disuelva. Ya hace unas semanas que el colegio de químicos descubrió sus propiedades vigorizantes y estimulantes, al punto de que todos los trabajadores de Axiom se han acostumbrado a espolvorearla sobre su comida o mezclarla en sus bebidas.
—Versátil, ¿no crees?
Treyst parpadea al ver a le Exaltade Muna sentade sobre una caja, soplando una taza de té humeante. Spike se acurruca a su lado, bostezando de forma teatral.
—Perdón, no te vi.
—No pasa nada —responde con una sonrisa.
—¿Qué decías?
—Me refería a la sustancia que están extrayendo. Hablaba de su versatilidad.
El ingeniero asiente, frotándose los ojos en un intento por despejarse un poco más. Da otro sorbo a la soda antes de carraspear.
—Dicen que Hestia incluso está ideando nuevas recetas usándola como ingrediente.
Arjun juguetea con su barba, luego baja la vista hacia su Alter Ego, que se ha estirado sobre su muslo. La criatura parece profundamente dormida, como un niño, incluso babeando sobre su pantalón. Al Alteradore no parece importarle en absoluto.
—La usan en la Granja como fertilizante; como combustible para tus máquinas… y tanto los Lyra como los Yzmir la consumen por sus efectos psicoactivos —dicen—. Tiene sentido que la gente de la Ciudad de los Eruditos la hiciera la piedra angular de su sociedad…
Treyst frunce el ceño.
—Parece que hay una advertencia oculta en esa frase.
Le Muna se encoge de hombros.
—Por lo que entiendo, los botánicos están cerca de confirmar que es inocua. No creo que sea peligrosa por sí misma, aunque por ahora Ordis insta a todos a no ingerirla hasta que se publiquen los resultados oficiales. Solo un principio de precaución, imagino.
—Pero los rumores son como malas hierbas… difíciles de erradicar.
—Ninguna hierba es mala por naturaleza. Pero creo que el pueblo de la Ciudad llegó a depender demasiado de ella.
Treyst esboza una sonrisa.
—Cierto, olvidaba que estaba hablando con une Muna.
Lanza una mirada al laboratorio, que está casi completo y operativo.
—Imagino que estás aquí para tener un espacio donde estudiarla —dice.
Arjun niega con la cabeza.
—Ya reuní toda la información que necesitaba aquí.
Treyst levanta las cejas. Antes de que pueda preguntar más, Arjun asiente en dirección al muro detrás del equipo de Axiom. El ingeniero se gira y ve un gigantesco fresco que sube por la pared, perdiéndose en la oscuridad superior. Nunca había prestado mucha atención al entorno antes, demasiado concentrado en encontrar nuevos depósitos de la sustancia.
Entorna los ojos para distinguir los bajorrelieves, cuyas líneas han sido desgastadas por el tiempo. Se representa un gran árbol, cubierto de hojas y enclavado entre dos picos gemelos. Sus raíces parecen conectarse con una ciudad de múltiples niveles al pie de la montaña.
—¿El Cais Adarra?
Arjun asiente, sus grandes pendientes tintineando.
—Creo saber qué es esta sustancia.
Los ojos de Treyst se abren de par en par.
—Es la Savia del árbol del mundo —declara le Muna, con un matiz de tristeza en la voz.
El ingeniero empieza a repasar todo lo que sabe, ahora mismo. Han bombeado galones y galones de este líquido sin preocuparse jamás de dónde venía. Tuvieron que romper tanques sellados, abrir cisternas, perforar reservorios esparcidos por los cimientos de la ciudad sumergida… sin sospechar nada. Siempre asumió que era algún producto manufacturado, artificial o procesado. Pero esta nueva teoría encaja perfectamente…
—La gente de la Ciudad canalizó su Savia aquí para explotarla. Pero tiraron demasiado, y el árbol no sobrevivió al tratamiento…
Una tristeza infinita se extiende por el rostro del Muna.
—No soy historiador como Leocardius Sree, pero mi teoría tiene sentido, ¿no crees? La Ciudad empezó a marchitarse cuando el árbol murió. Decayó porque había construido todo sobre ese suministro de Savia… Por suerte, no es un error que podamos repetir.
—Cuando la Savia finalmente se secó, el declive fue inevitable… Las reservas son finitas. Esto no es más que una tregua temporal para nosotros. No podemos depender demasiado de ella.
De nuevo, Arjun asiente, acariciando la cabeza de su Quimera.
—Igual que con el Kelon. Y en Asgartha, el Huso no sobreviviría si lo drenaran así. Si alguien lo intentara, los Muna resistirían con todas sus fuerzas…
—Savia…
Treyst permanece en silencio, atónito ante lo que ahora le parece una verdad evidente. Los vestigios hallados en Caer Nilam, los residuos de la sustancia… La gente de la Ciudad de los Eruditos debió llegar hasta allí, antes de que el frío dominara la región. Cuando el clima era más benigno, sin duda establecieron una colonia o un puesto de avanzada.
Observa a los prospectores de Axiom maniobrar el taladro más cerca del muro. La cabeza del taladro empieza a girar. Es la primera vez que se realiza una operación de perforación a esta profundidad. Pero eso ya no es lo que ocupa su mente.
¿Por qué los antiguos habitantes sellaron semejantes cantidades de Savia? Podrían haberla utilizado —pero no lo hicieron. Subieron a los niveles superiores, abandonando todas estas reservas en las profundidades… Más arriba, en la tumba, se hablaba de muchas estelas, de incontables ataúdes hallados. ¿Se dejaron morir?
El taladro golpea la piedra negra, llenando el aire con un estruendo ensordecedor. Frente a él, Arjun le asiente —una señal de que la conversación ha llegado a su fin. Mientras tanto, el laboratorio ya está listo, e incluso el trabajador que dormía se ha levantado, probablemente sobresaltado por el estrépito.
La Savia comienza a fluir del muro, y los trabajadores se apresuran con una bomba para conectarla a la abertura. Es entonces cuando el suelo empieza a temblar, a retumbar. A lo largo del inmenso abismo, los bloques negros comienzan a moverse, acelerándose, conectándose entre sí con una frenesí inusual.
—¿Qué…?
Ni siquiera puede oírse por encima del estruendo. De repente, a través de docenas de grietas en la propia tela de la realidad, aparecen Iniciados Yzmir, rodeados de brumas violetas. Toman posiciones, manteniendo abiertos portales a la superficie detrás de ellos. Por una de las brechas, una lombriz gigantesca se desliza hacia la cavidad, sus segmentos vibrando mientras una mujer de piel oscura y ojos lechosos la guía. Pero no está sola. Otros Magos la acompañan: Geferomantes, Fonomantes… Las voces de estos últimos retumban, ahogando incluso el rugido atronador…
—¡Evacuen ya! ¡Se está formando una Singularidad del Tumulto!
Treyst jadea, entre el terror y la incredulidad. Rossum asoma la cabeza desde el laboratorio y empieza a correr hacia él. Solo tomó una fracción de segundo para que todo se descontrolara, cuando momentos antes hablaban tranquilamente con Arjun…
El ingeniero busca su Constructo, pero sus dedos aprietan el criptex. Recuerda que está sujeto a la silla y, en esa breve vacilación, deja caer su cilindro al suelo. Le guste o no, activa su exoesqueleto, apretando los dientes al sentir cómo se enciende.
Rossum choca contra él y ambos caen al suelo, justo a tiempo para evitar ser aplastados por un bloque de piedra negra inerte que se desprende.
Su Quimera lo ayuda a levantarse.
Hay que salir. Ya.
No necesita que se lo repitan. Empieza a correr tan rápido como sus férulas se lo permiten. El motor echa humo por el esfuerzo, mientras un Iniciado le hace señas para que se apure más. Otro bloque se estrella contra el suelo, revelando su pequeño núcleo de aerolito, y Treyst vuelve a tambalearse, obligado a caer de rodillas. Se gira, aturdido y en pánico, y ve cómo el fresco del árbol del mundo empieza a resquebrajarse.
De todas las paredes emergen lenguas de oscuridad, saltando desde las grietas para converger en el taladro sumido en el charco de Savia. No —no son lenguas. Son brazos voraces, con dedos ganchudos…
En lo más profundo, algo tiene hambre.
Este es un relato traducido de la web oficial de Altered TCG. Podéis encontrar el original en el siguiente enlace: https://www.altered.gg/news/escherian




