No debería estar escribiendo esta reseña. Al menos todavía no. Pero quería reactivarme con la escritura y justo la casualidad ha querido que terminara de leer Shangri-La anoche. Y digo que no debería estar haciendo aún un análisis público de la obra porque todas las obras de arte necesitan ser digeridas un tiempo (unas más, otras menos; unas toda una vida, algunas otras apenas unos milisegundos) antes de sacar unas conclusiones que probablemente marcarán nuestro discurso sobre la misma para siempre.

Luego ahondaremos en la trama de Shangri-La, pero me siento especialmente mal lanzándome tan pronto a desgranarla, cuando precisamente el principal mensaje de su historia es la crítica al consumismo exacerbado. Esa cultura tan de ahora (recordemos que el libro es de 2016) de crear y consumir «contenido»; en contraposición a lo que debería ser el disfrute del arte y de las historias. Todo para ayer, todo rápido, todo tragado sin masticar. Definitivamente la obra de Mathieu Bablet se merecía una digestión más cuidada por mi parte.

Pero como digo, soy víctima del mundo en el que vivo, y además, desgraciadamente en ocasiones, los objetivos personales suelen anteponerse a nuestros ideales. Anoche terminé el libro y lo primero que pensé es cuanto me darían por él en Wallapop (entre 10 y 20 euros, que lo he mirado de verdad). Sin embargo, esta mañana me he despertado pensando en él. En su arte. Y me he sorprendido repasándolo mirando páginas al azar y recreándome en él. Luego me he sentado un rato a charlar sobre el mismo con mi mujer, y mi discurso y mi opinión sobre lo que me ha parecido, seguía mutando. Estoy seguro que en esta cuarta pensada mientras escribo sacaré conclusiones nuevas. De nuevo me lamento al pensar en las posibilidades de realizar este ejercicio de forma más sosegada.

En algunos momentos la sensación de opresión (física y mental) es palpable…

Pero tu, ¿a qué has venido?

Se me juntan varias líneas de pensamiento en la cabeza. Por un lado, no quiero dejar de señalar que la elección de Shangri-La como mi última lectura, viene condicionada por el hecho de haber sido mi compra obligada del Día del Libro (de nuevo, recalcando mi empeño de querer evitar, como muchos otros años, que acabara cogiendo polvo en mi pila de lectura). Por lo que la elección de la misma ha sido un poco «era lo que había en la librería este día y más me llamaba la atención». Obviamente, no me he dejado llevar solo por la ilustración de la portada, previamente existía un interés definido por la obra, marcado por las buenas críticas que atesora, algunas recibidas por parte de gente de cuyo criterio me fio bastante.

Por otra parte, el género de la ciencia ficción y la ambientación espacial son mi mierda y siempre lo serán. Por lo que poca agua me hace falta en el charco para lanzarme de cabeza a explorar esos mundos que cada vez se parecen más a nuestro presente. También era la primera vez que leía nada de Bablet, un nombre que cada vez escucho con más gravitas en medios especializados en cómic. Y en este caso hablamos de un autor completo. Y por completo no me refiero a que tenga todas las partes de su cuerpo en su sitio, que digo yo que las terndrá. Si no que la totalidad de la obra ha sido creada por él, no hay nada que no recaiga sobre su pericia artística. Aquí no hay trabajo a varias manos. Para bien o para mal, Shangri-La existe por Mathieu Bablet (otro melón sería hablar de la labor del editor, pero ya no me dan los hilos de pensamiento).

Y por último, la diatriba que más me vuelve una y otra vez a la mente, es el discurso oído por estas orejas cada vez con más frecuencia: la importancia del dibujo de un cómic por encima de su guion (o viceversa). Algo con lo que estoy totalmente en contra, pero como humano falible que soy, me veo repitiendo inevitablemente en más ocasiones de las que me gustaría. Intento desgranar un poco. Hay gente que dice que necesita que el dibujo de un cómic le entre por los ojos. Hay gente que da menos importancia a esta cuestión y se contenta con que la historia le resulte entretenida. Lejos de indicar aquí a nadie cual debe ser el proceder correcto, sí que me veo en la obligación de recordar que el medio del tebeo utiliza ambas partes para componer un todo, y que si bien la suma de las mismas puede ser desgranada para su análisis, no puedo analizar una obra sin tratar la totalidad de su conjunto.

Los amantes de la ficción espacial estarán en su salsa…

Y sin haberlo deseado, me ha salido un pareado.

Por este mismo motivo se otorgan premios nacionales a obras que «son horriblemente feas» (por favor, dadme comillas más grandes). Pero esto, amigos, es discusión para otra jornada. Reincorporándome a la pista principal después de varios kilómetros en la vía de servicio me tengo que aplicar esta reflexión a propio Shangri-La. Porque efectivamente la historia no me ha parecido nada del otro jueves. Pero claro, visualmente con la obra se te caen los cojones al suelo. ¿Cómo la valoro entonces?

Es verdad que nuevamente se trata de una historia a la que llego tarde (quizás no tanto como aquella excursión de El Incal, aunque más de un paralelismo se me ocurre entre ambas), pero también tenemos que recordar que una obra debería soportar el paso del tiempo (en mayor o menor medid, que aquí podemos concurrir en otra falacia si la aplicamos al pie de la letra) por lo que no es relevante lo que traiga en la mochila al sentarme a leer. E inevitablemente, resulta algo determinante. Porque es bastante probable que sea víctima de mis propias expectativas, o de mi propia experiencia lectora y su elevado volumen de historias deglutidas.

Argumentalmente (que no narrativamente), Shagri-La no reinventa nada. Para mi es una historia ya conocida. La crítica al capitalismo galopante que nos lleva a velocidad de vértigo hacia el abismo, sin intención ninguna de aminorar o variar lo más mínimamente su curso para evitar el funesto desastre. Además, se presenta de una forma muy poco sutil, algo no necesariamente malo, pero no ayuda a comprar la misma vuelta de tuerca una vez más. El resto de tropos introducidos funcionan bien, pero no se sienten frescos. El uso de las nuevas razas animoides para explicar como el ser humano tiende siempre a desollar vivo aquello que es diferente. El descontrol de la tecnología que nos empuja a considerarnos dioses de un panteón tan irreal como aquellos que supuestamente nos han creado. Todos temas tratados con cierta recurrencia, interesantes, pero que no terminan de estar bien hilvanados, haciendo que el desarrollo resulte algo atropellado, excesivamente expositivo en ocasiones, extremadamente confuso en otras.

El nivel de detalle, el tratamiento del color, visualmente la obra es impresionante…

Cuando termines de recoger tus genitales del suelo, por favor sigue leyendo…

Pero claro, ahora llegamos a la parte gráfica. Y yo aquí no puedo hacer otra cosa que no sea bajarme los pantalones hasta la planta de los pies. No porque el dibujo de Shangri-La sea precioso (que a mi me lo parece la mayor parte del tiempo), parece ser que más de uno considera que es bastante feo, es respetable. Narrativamente (porque si, con el dibujo también se narra, José Luis) es impecable. Abrir cualquier página del libro al azar implica quedarse una buena minutada observando detalles a nivel arquitectónico, viendo como se sucede la vida en la estación espacial donde transcurre la historia. Descifrando en segundo plano el verdadero pulso de la escena. Pero lo más importante, ayudando al avanzar de la trama. Y todo eso sin hablar del color.

Lo del color en Shangri-la está a otro nivel. No sólo se usa para diferenciar zonas o momentos temporales, también el estado anímico de los personajes o de la situación. Eso es algo que el cerebro percibe seamos conscientes o no de ello. Y algo que nos influye en la interpretación de la obra. Da lo mismo que seamos de esos lectores que únicamente posan los ojos sobre los bocadillos, como si estuvieran leyendo una novela. O si somos de esos que se recrean horas en cada viñeta. Al final el arte de un cómic nos afecta de formas que no podemos llegar a comprender sin dedicarle un tiempo al análisis y la reflexión.

Y esto es algo que a día de hoy, ni consumidores ni divulgadores hacemos. Solemos dejarnos llevar por la primera impresión (recordemos que la mía fue vender el libro) y construimos todo un discurso alrededor de esa opinión para blindarla, no vayan a hacernos daño. Y por supuesto, no solemos querer (o poder) hacer el esfuerzo de pararnos a pensar, de entender por qué las cosas son como son, independientemente de lo que coincidan con nuestros gustos. Así que no se si deciros que Shagri-la es una buena o mala obra. Si que puedo alabar su dibujo mientras recuerdo que argumentalmente me ha dejado bastante frío. Pero al combinar esas dos cosas, el resultado invita a la reflexión, y eso es algo bueno, algo que deberíamos hacer más a menudo en muchos otros aspectos de nuestra vida…

No, al final no lo vendo. Es más que probable que en el futuro le vuelva a dar una relectura…

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