393 AC

El rugido de un cuerno atraviesa la noche. Tocsin. Lo reconocería en cualquier parte.

Salgo de la cabina del transporte, con los sentidos en alerta máxima. Me ciño el cinturón alrededor de las caderas y compruebo mi espada. Luego, agarro mi amplio escudo, que había colocado junto a la escotilla de acceso, y me lo aseguro al brazo. En algún lugar, un soldado hace sonar las campanas mientras reclutas y soldados entran en acción. A pesar del caos general, centro mi mente, permitiendo que alcance el punto de Coalescencia. Siento que la Gestalt se abre ligeramente y me atrae hacia sí. Mis soldados hacen lo mismo. Siento que sus mentes aparecen una a una, como chispas dentro de la mía, en medio de las innumerables que me rodean.

Subo al vehículo blindado, agarro el cañón y escudriño la ventisca. Las primeras directrices e informes llegan de todas partes. Los escucho, ordenándolos, procesando toda esta información para idear la mejor táctica.

Asalto. Sector norte del convoy. Unos cuarenta enemigos. Belisenki.

La palabra resuena en mi mente como lo hace en cada soldado de Ordis. Y siento que el miedo se cuela en la red de nuestras psiques entrelazadas. Pero no permito que arraigue en mis tropas: lo aplasto, exigiendo su plena concentración, su atención total.

Cuadrante noroeste. Formación hipérbola.

Aprieto los dientes y empiezo a dar órdenes.

Gathongo, Paio, Zumac; Binar, Serhing, Foma: muro de escudos. Anosha, Rhyakin, Eigil y Cagdas: apoyo trasero. Assefa, Makosoi, Seocan; Viri, Garon, Uzda: modo de intercepción. El resto, ¡cubrid el avance del tanque Axiom y los morteros!

Todos obedecen sin vacilar, encontrando seguridad en las instrucciones breves y precisas que les doy. Hemos ensayado estas maniobras miles de veces, ya sea en el Kurung o aquí, en las extensiones heladas. Mientras transmito mis órdenes, trazo efímeros símbolos Heka en el aire, que el cuerpo de transmisiones de Axiom traduce y retransmite a sus propios contingentes. Oigo el crepitar de las radios, el zumbido de la maquinaria, el tintineo de las pantallas de sonar…

Pasan a mi lado granaderos con morteros móviles colgados al hombro. Las ruedas de los vehículos blindados crujen contra la nieve cuando el tanque en el que estoy pivota. Pero a través del viento arremolinado y el clamor de nuestros preparativos, los gritos estridentes de los Belisenki ya rasgan la oscuridad. Sus enjambres parlotean y chillan, sus mandíbulas chasquean frenéticamente.

Sector occidental, nuevo contacto.

Maldita sea. ¿Cuántos hay? Había hablado con un plenipotenciario Muna que pretendía prohibir el uso de armas con la esperanza de encontrar una solución pacífica. Sus argumentos tenían sentido, pero después de presenciar de primera mano una de sus ofensivas, supe que tal cosa era imposible. Negociar con esta especie era inútil. Éramos intrusos en su territorio, y el único argumento que aceptarían era la violencia.

-Terreno inestable. Alto el fuego. Repito, ¡alto el fuego! Zapadores, ¡retrocedan!-

Las voces crepitan por la radio, cortadas por la estática y las interferencias. El tanque se detiene y yo maldigo para mis adentros. Si no podemos contar con la cobertura de artillería de Axiom, esta batalla será aún más dura. Pero no tenemos elección: proteger el convoy es lo único que importa, y provocar una avalancha podría ser mil veces peor.

Siguiendo mis instrucciones, el primer grupo se despliega a la sombra de los arqueros. Transmito un vector de ataque a mis francotiradores ocultos antes de descender del tanque inmovilizado. Levanto mi escudo contra la nieve y sigo trazando símbolos Heka con la otra mano, asegurándome de que nuestra formación se mantiene. Glifos de protección, sigilos de resistencia, sencillos amuletos de calor… Los entrelazo uno tras otro, arrojándolos sobre mi entorno inmediato antes de propagar mi orden a través de la Gestalt.

Nuestra prioridad es proteger el convoy.

-¡Gul!-

Me doy la vuelta, irritada al oír su voz. Kojo se dirige hacia mí, con pánico en los ojos, tropezando torpemente en la espesa nieve. Por suerte para él, Booda está a su lado, derritiendo la escarcha a cada paso.

Le grito.

-Ponte a cubierto. No tienes nada que hacer aquí-.

Me mira con el ceño fruncido.

-¿Mientras todos luchan?-, replica. -¿Por quién me tomas?-

Desde que supuestamente derrotó al Kraken, se ha vuelto más audaz. Esta racha temeraria tiene que terminar, rápido, por su propio bien.

-¡No eres un guerrero!-

-Le pedí a Atsadi que me entrenara. ¡Y ya sé cómo luchar!-

Hago una señal a mis tropas para que avancen y lo agarren por el cuello.

-¡No estás preparado! Tuviste suerte la última vez. No tientes al destino-.

-La suerte es algo que se hace-, responde sin inmutarse.

-Basta ya. No eres más que un mensajero. Que hayas conseguido una hazaña no implica que se tenga que subir a la cabeza. Mantén los pies en el suelo, ¿me oyes?-.

Aprieta la mandíbula y me mira.

-Siempre me has considerado un inútil y te enfurece que sea yo quien se lleve la gloria. Te guste o no, somos un Exaltado-.

¿Cómo se atreve?

Booda gruñe, y de pronto me doy cuenta de que sigo agarrada al cuello de mi hermano. Lo suelto de mala gana. No puedo permitirme fijarme en él: mis soldados me necesitan.

-Será mejor que no mueras. Les prometí a mamá y a papá que cuidaría de ti-.

«Ya no soy un niño, hermanita, y te lo demostraré».

Se lanza a la carga.

-Hermana… Tonto arrogante-.

Tocs.

Yo me encargo, Gul, le oigo decir en mi mente.

Ya he perdido bastante tiempo. Para cuando llego a mi escuadrón, se han posicionado para asegurar que el convoy pueda avanzar hacia el campamento base bajo su protección. En el aire ya se perciben ideas extraviadas procedentes de lo desconocido, lejano y tormentoso. La intensidad de los vientos del Tumulto ha aumentado drásticamente en las últimas horas. Pronto se estrellarán contra las ideas fundacionales del Oasis… y con un poco de suerte, el Oasis será lo suficientemente fuerte como para protegernos de su devastación.

Momentos después, a través de la ventisca, oigo a mi Alter Ego aterrizar en primera línea, no lejos de la posición de Kojo.

Sobre nosotros, los enjambres Belisenki zumban y chillan, sus formas fugaces casi se confunden con la densa capa de nubes. Se lanzan en picado hacia nosotros. Foma y Zumac levantan rápidamente sus escudos y sus garras rozan el metal. Eigil y Anosha disparan flechas a su paso, aunque es imposible saber si dieron en el blanco.

¡Ajustad las filas!

Empujo mi voz a través de la Gestalt, luchando por hacerme oír, pero poco a poco mi escuadrón se organiza. A lo lejos, donde el cuerpo a cuerpo es más denso y caótico, oigo los gritos y quejidos de los heridos.

¡Reclutas caídos! ¡Solicito evacuación!

A este ritmo, no duraremos mucho más.

Gul, iniciamos la retirada. ¡Cúbrenos!

Reconozco la situación a Tocsin.

Viridia, Uzda, es su turno.

El muro de escudos se separa para dejarles pasar. Veo cómo desaparecen hacia la primera línea, encendiendo antorchas para guiar a las tropas hacia un vector de escape. Fuego de cobertura. Las flechas silban en el cielo, protegiendo a los dos soldados de las amenazas aéreas. Tras una breve espera, veo que mis dos exploradores regresan con los primeros heridos.

Refugiaos cerca del tanque.

Los soldados no vacilan, dejando tras de sí gotas carmesí sobre la nieve, por lo demás inmaculada. Desde donde estoy, veo a mi Quimera golpeando el aire, barriendo sus brazos en grandes arcos para mantener a raya a los Belisenki. A su lado, apagado por la espesa niebla que lo envuelve todo como un velo funerario, el brillo incandescente de Booda zigzaguea a través de la gélida confusión. Tres figuras más se acercan, bajo la escolta que envié para recuperarlos…

¡Capitán!

Me doy la vuelta justo a tiempo para detener el ataque de un Belasenka. Sus alas vibran a su alrededor, se extienden por encima de sus antenas y forman un rostro amenazador: unos ojos oscuros entrelazados me miran fijamente. Su cabeza inexpresiva me estudia y siento que el aire tiembla. Es como si la idea misma del frío se cristalizara alrededor de la criatura, como si…

Me preparo para el impacto. Está a punto de usar una alteración menor. De repente, del suelo brotan dentados pinchos de hielo. Apenas consigo levantar mi escudo a tiempo, y los pinchos se rompen contra él, deformando su superficie por la fuerza.

Entonces, invoco mi propia alteración. Los símbolos de Heka danzan ante mí mientras la nieve se solidifica y se convierte en mármol. Columnas y bloques surgen del suelo y se retuercen para atrapar a mi enemigo.

Con mi espada, atravieso los pinchos helados y me acerco mientras invoco un nuevo ideograma: el de la «estridencia». Inmediatamente, veo cómo las antenas de la Belasenka se retuercen y se curvan hacia dentro. Amplifico el sonido y lo elevo a un tono desgarrador. Alrededor, las criaturas chillan y se dispersan confundidas. Puede que nos haya conseguido unos momentos de respiro.

De repente, una superficie brillante y ondulante se materializa ante mí, y de ella sale la joven maga llamada Akesha. Mira a su alrededor, observando lo que le rodea. Entonces, aparecen más portales en el campo de batalla, de los que brotan nuevos iniciados y eidolones.

¿Refuerzos? No, no están equipados para el combate. ¿Están aquí para sacarnos? ¿Había decidido el alto mando abandonar todo el equipo pesado ante el creciente Tumulto?

Con un simple movimiento, la joven maga despliega una tela en el suelo, revelando su contenido: pequeños objetos curvos y translúcidos.

-Coged uno cada uno. Rápido-, grita.

No hay tiempo para vacilaciones. Cojo uno de los objetos y, al principio, pienso que es un frasco de cristal. Pero cuando lo miro más de cerca, me doy cuenta de que es un capullo vacío, hecho de hielo o cristal: una crisálida rota, con restos de un líquido azul todavía en su interior.

Entrecierro los ojos y me detengo un instante.

-Gulrang, confía en mí-.

Me basta con mirarla. Muerdo la crisálida, haciendo crujir su caparazón quitinoso. Inmediatamente, una rica esencia almibarada irrumpe en mi boca, saturando mis sentidos. El líquido es tan amargo como herbal y me recubre la garganta mientras trago con desagrado.

Haz lo que te dice.

Todos los miembros de mi escuadrón cogen una tripa hueca de ninfa y siguen su ejemplo.

¿Qué se supone que hace esto?

Akesha me sonríe y se vuelve hacia la Belisenki.

-Asegurarnos de que ya no somos intrusos-, responde crípticamente.

Observo la zona y permanezco en guardia para protegerla de cualquier ataque.

-Escucha-, dice simplemente.

Y lo hago. El aullido del viento. El ocasional choque de armas. Pero algo ha cambiado. Los chillidos de las criaturas se han desvanecido, al igual que el clamor de la batalla. Incluso el frío parece haberse calmado.

Delante de mí, el Belasenka que había atrapado en mármol se libera. Pero su comportamiento no se parece en nada a la agresividad que mostraba hace unos minutos. Se mueve cautelosamente por la nieve, con sus alas rozando el polvo. Como si ya no nos viera. No… como si ya no le importáramos.

Entonces, de repente, despega, desapareciendo en los remolinos de nieve.

¿Qué acaba de pasar?

La maga se vuelve hacia mí, radiante.

Es una larga historia.

Este es un relato traducido de la web oficial de Altered TCG. Podéis encontrar el original en el siguiente enlace: https://www.altered.gg/news/butterfly-effect

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