Cuando se anunció que Netflix estaba preparando una serie de animación de Sonic the Hedgehog los ojos me hicieron chiribitas. No por esperar un producto grandioso (al final el presupuesto de estas series es el que es). Pero trabajar con el erizo azul de SEGA directamente en animación implicaba la posibilidad de dejar atrás lo que no terminaba de funcionar en su versión live action y exprimir algo más el trasfondo de los videojuegos que es lo que nos entusiasma a los seguidores de siempre.
Quizás algún nuevo personaje (siempre es motivo de celebración) que replicar después en el cómic. O incluso, ¿por qué no?, traer a la pequeña pantalla aquellos que han funcionado tan bien en viñetas como Tangle o Whisper. No es cuestión de ser iluso; el tono infantil de la serie se presupone de antemano. Así que como digo: expectativas, pero moderadas, nada muy loco.
Desgraciadamente el producto resultante se ha alejado por mucho de lo que me había imaginado (algo que, generamente, para mí tampoco es un problema per se). Definitivamente Sonic Prime no contaba conmigo como público objetivo. Con los más pequeños en mente, el resultado de la serie animada apunta a otro lugar más siniestro, las carteras de los padres para comprar multitud de muñecos. Nada nuevo bajo el sol…

Animales de diferentes sabores
Es un día como otro cualquiera en Green Hill. Sonic anda de relax con su pandilla cuando de repente Eggman ataca buscando un nuevo artefacto de poder (siempre en forma de cristal, gema, prisma o cualquier otro mineral de colores). Las acciones precipitadas de Sonic provocan que el Prisma se rompa, trasladándolo a una versión alterada de la realidad en la que él no existe y el Dr. Robotnik se ha convertido en un Consejo del Mal formado por cinco versiones diferentes de sí mismo.
Una premisa relativamente interesante (aunque nada original) que de repente empieza a oler a plástico. Porque Sonic descubrirá que sus amigos viven en esta realidad, pero son versiones alteradas del Tails, Knuckles, Amy, Big y Rouge que conocemos (cada uno con su respectiva figura de acción). Y la cosa no quedará en Nueva Yogurk. Conforme avancen los episodios veremos a Sonic viajar a versiones de otros mundos arquetípicas. Una de salvajes en la jungla. Otra de piratas. Lo cual viene bien porque así además de los muñecos, te vendemos la nave espacial y el barco bucanero.
Se cómo estoy sonando. El adjetivo malsonante que empieza por «polla» y acaba por «vieja» te viene a la mente con facilidad. Y llevas toda la razón, porque al final mi hija mayor (que es gourmet excelsa de los productos destinados al entretenimiento infantil) no se cuestiona nada de eso; y ella como si mañana sale un mundo de mineros del carbón asturianos, que si la cosa entretiene: «papá yo quiero el muñeco de la Amy Capataz de Obra». Y lleva toda la razón del mundo.

Parece que a la tercera no va la vencida
Donde la serie se hace bola (pun intended) es cuando, a lo largo de tres temporadas (tampoco necesariamente largas) el erizo supersónico viaja una vez, y otra, y otra y otra y otra de un mundo a otro para afrontar el mismo problema una y otra, y otra, y otra vez. Si tu producto está pensado como apoyo a la venta de muñecos, me parece bien. Menos hicieron Transformers o Los Másters del Universo con menos. Pero desgraciadamente, desde el inicio de la primera hornada de episodios, todo se siente alargado, repetitivo, pesado hasta el extremo.
La tercera temporada (que eso sí, finaliza magistralmente, dentro de los márgenes que plantea la serie) es un puñetero dolor de pelotas (tranquilos, mi hija no sabe leer todavía). A parte de generar un nuevo villano de forma muy poco creíble, el enfrentamiento con éste es soporífero hasta decir basta. Recuerdo que tardé bastante en conseguir tragarla entera, y cada vez que mi mujer aparecía por la puerta y veía la pantalla hacía el mismo comentario: «¿Todavía se están peleando ahí?»
Y el problema no es una batalla de 7 episodios, el problema es que sabes que todo es para nada. Que al final cuando se acabe el tiempo, lo resolverán todo hablando. Porque son todos super amigos, pero andan cabreados y no se dan cuenta de que realmente se quieren y los que se pelean se desean y que yo que se José Luis, pero por favor que acaben ya… Lo de siempre, es una pena, pero el problema de la serie está en el guion. Es perezoso y por muy bien que se hagan el resto de cosas, los cimientos del edificio no están bien construidos.

No todo el monte es orégano, ni plátano es… (o algo así)
Que, mosqueos aparte, la serie tampoco es terrible. Recordemos, una vez más (hace falta recordar estas cosas constantemente, a veces incluso a mí mismo) que su target es el que es. Un público objetivo al que le vale todo, están en esa fase dulce de la vida donde el cinismo no existe. Así que vamos a jugar a ser niños y ver qué tiene de positivo esto para ellos y a ver si podemos extrapolar algo a nuestra amarga adultez.
La serie no da respiro. La acción es constante, y Sonic es divertido, siempre haciendo chistes como si fuera Spiderman. Incluso tiene algo de evolución de personaje, aunque esta llega muy tarde y es excesivamente repentina. El personaje de Amy si que cuenta con bastante más chicha (de hecho es el que sale mejor parado de toda la obra), evolucionando muchísimo con cada nueva versión de si misma que conoce a las demás. Tails, aunque forzado, también desarrolla bastante tropos como la amistad o la soledad.
La animación es más que correcta, los diseños son bastante chulos, es algo que entra bien por los ojos. Es un viaje divertido para los más pequeños; muy colorido y con mucha acción. Al final, de la misma forma que nadie esperaría poder comprar bourbon en una guardería, y no sorprende ver al Pollo Pepe en cada esquina; no deberíamos olvidar, por mucho que amemos algo y nos resistamos a dejarlo ir, que realizando análisis sobre series de dibujos animados desde nuestra perspectiva de cuarentones quemados de la vida, lo que nos convertimos es en bebés gigantes, peludos y desagradables que lloran porque nos han quitado nuestro juguete favorito…




