La Sustancia llega a mis oídos de forma completamente casual. Un amigo fue a verla al cine. Y hablando del costo de la vida me lo comentó de pasada. Algo, ya simplemente en el título de la película, captó mi atención. Al preguntarle (casi sin querer que me contara demasiado, no se muy bien por qué) me respondió con un escueto «está curiosa, échale un ojo cuando puedas». Y a mi, que alguien no te quiera contar nada de algo que ha visto (con lo que le gusta a la gente dar su opinión de todo) ya despierta mi interés.

La historia no se queda ahí, en alguna web que sigo dedicada al cine en formato físico, se anuncia que La Sustancia saldrá en Blu-Ray 4K y contará con una edición muy cuidada y tal y cual. Viendo como está el mercado, que las tiradas son paupérrimas, cuando puede interesarme comprar alguna película, intento verla lo antes posible para no quedarme sin ella. Sin embargo, La Sustancia era todo un misterio. A punto de salir en físico y no había forma de ver si realmente era un título que merecía la pena.

De la noche a la mañana, tanto Filmin como Movistar+ la incluyen en su catálogo. Me siento a ver La Sustancia intrigado, pero también reticente. Bastante seguro de que va a ser un viaje que pueda merecer la pena, pero con la mosca detrás de la oreja. ¿Voy a ver algo pretencioso? ¿Algo que me va a costar horas digerir y comprender? ¿Una mamarrachada que sólo gusta a aquellos que tienen que justificar constantemente su propia inteligencia? Dos días después todavía estoy tratando de decidirlo, y a ratos bien; a ratos mal…

Cuando no usas Comic Sans, tu producto queda mejor en pantalla…

Mejor, no sigas leyendo.

La Sustancia es de esas películas, que cuanto menos sepas de ella al verla, mejor. Cuando vi el tráiler, al saber que se estrenaba en formato físico, me arrepentí. Igual que no me termina de gustar el haber tenido que poner una sinopsis al inicio. Pero, ¿Cómo hablas de una película sin decir de qué va o contar algo mínimamente? Mira que suele gustarme hablar de sensaciones, en lugar de desgranar la obra en cuestión técnicamente, pero… ¿No decir nada de nada?

De verdad, no sigas leyendo. Si ya he captado tu curiosidad y tienes interés en verla, es buen momento para que pares de leer, te vayas, y a la vuelta seguimos. Pero como yo tengo que seguir hablando de La Sustancia (necesito además hablar de ella) voy a ver como lo hago para sacarle jugo sin estropear demasiado, no la sorpresa (porque la película realmente no esconde nada en ningún momento), más bien la experiencia de llegar completamente limpio mentalmente hablando.

La Sustancia es de esas películas que buscan la crítica social. Y lo hace de una manera muy poco sutil. No juzgo. No creo que sea algo ni bueno ni malo. Es bastante expositiva en todo momento y hasta el más torpecito va a pillar el mensaje a la primera. Ya será complicado que el más obtuso le de la vuelta a dicho mensaje y vea la crítica por el lado que no es. Esto, por un lado está bien, pero por otro me recuerda a cuando el protagonista de un juego te revela la solución a un rompecabezas que estás intentando resolver. Tengo la sensación de que la película me quiere hacer pensar, pero tampoco es que me deje mucho hacerlo.

Demi Moore se marca un papelón y enseña chicha. Y sin cobrar lo que cobró por Striptease en su momento. A veces, menos, es más…

Velázquez, ¿Soy guapa?

Mucho. Otro de los reclamos con los que cuenta la cinta en su arsenal, son las nominaciones a numerosos premios por (entre otras cosas) las interpretaciones de sus protagonistas. Demi Moore, una actriz que en mi opinión nunca ha logrado grandes cotas interpretativas (siendo Ghost y La Teniente O’Neil el techo de su carrera, eso si, el labio se lo muerde como nadie) está aquí completamente rompedora y de un atractivo alucinante teniendo en cuenta que calza más de 60 años la señora (y lo de su físico es relevante para la trama).

Raro se me antoja que mientras ella acumula la llegada de estatuillas, no sea Margaret Qualley la que acapare todas las miradas. De nuevo por cuestiones de la trama, la sensualidad de la hija de Andie MacDowell (te echamos de menos Andie) desborda por la pantalla. Es imposible que si tu orientación sexual hace que te sientas atraíde por el cuerpo femenino, no quieras compartir cama con ella todo el tiempo. Pero es que el papelón que se marca durante toda la película no tiene nada que envidiar al de actores con mucha más carrera y renombre. Y estando tremendamente contento con la interpretación de Moore, su «otro yo» en este caso le come la tostada en más de un sentido.

Dejamos en tercer y último lugar a un Dennis Quaid que, de nuevo haciendo un ejercicio de crítica muy poco sutil, resulta casi paródico. Representando, por un lado al género masculino dominante. Y por otro, a la sociedad de los medios de comunicación y consumo. Básicamente, a todos nosotros. Dicen que si un personaje te da asco, te irrita profundamente o directamente te provoca odio; es que su actor, al que no conoces de nada en la realidad, está haciendo un buen trabajo. En este caso me atrevo a decir que el dicho resulta acertado.

I’m Sue…

Aprendiz de mucho, maestro de nada.

La película hace muchas cosas bien. Es más, a pesar de que algunas cosas se me desmonten al poco de empezar a cuestionarlas; tiene un primer y segundo actos bastante redondos. A pesar de su simpleza en la metáfora, la película es entretenidísima y te tiene enganchado todo el tiempo. Sabes lo que va a ocurrir, y aún así no te puedes resistir a verlo. Y en cuanto algo no tiene sentido, solo tienes que recordarte lo que sabes que la cinta está criticando, para que todo vuelva a cuadrar y encajarse en su sitio.

Si buscas el género al que pertenece La Sustancia (consejo, no lo hagas), verás que en general prácticamente todas las páginas de la red la clasifican dentro del mismo. Y parece que de repente en el tercer acto, la película se acuerda de ello y decide que no ha sido suficiente cliché para formar parte de tan selecto grupo. Así que en lugar de conservar esa extraña sutileza que ha mantenido hasta ahora (esta frase no se va a entender para quienes hayan visto la película, porque La Sustancia es de todo menos sutil, pero me mantengo en mi afirmación y la defenderé si es necesario), decide pegar un volantazo, pillar la cuesta abajo mas pronunciada que hay y pisar el acelerador hasta sacar el pie por los bajos del coche. El tercer acto es insalvable.

La potencia visual de la película, es innegable…

Y es una pena, porque la película es visualmente imponente. Y no me refiero a grandilocuencia. Es una de esas veces donde con muy poco se consigue mucho. Esos primeros planos o los puntos de fuga, que recuerdan al David Lynch o Stanley Kubrik más inspirados. La paleta de colores, significativa en todo momento. Ese cuarto de baño, más propio de un frenopático que de un piso de lujo, y a la vez impoluto. La propia rotulación de los elementos de atrezo, explicativa para los personajes y la audiencia. Una música casi imperceptible pero a la vez subrayadora de todo lo que ocurre constantemente. Todo eso se va por el desagüe. Es casi como estar viendo La Naranja Mecánica para que de repente se convierta en Carrie.

Detrás de una idea no muy original (cierto cuento de horror gótico de 1886 ya contaba la misma historia) aparece, a base de buen hacer, una gran película de las de no dejar a nadie indiferente. Pero creo que quiere ser demasiadas cosas a la vez y se pierde en el proceso. Quiere ser crítica, pero darlo todo mascado para no perder espectadores en el proceso. Quiere ser de un género más psicológico, pero no perder tampoco a la audiencia que gusta de cosas más banales. Aún así, la gente curiosa se verá recompensada con una muy buena película, a la que desgraciadamente le sobra la última media hora.

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