Y aún da mas pena que la historia se repita constantemente. Quizás porque ya se dice que aquellos que no conocen su pasado están condenados a repetirlo. Y los «relatos orwellianos» desgraciadamente son nuestro pasado, nuestro presente, y raro será que no acaben siendo nuevamente nuestro futuro. En esta ocasión hablamos más de Rebelión en la granja que de 1984, que por algo son sus dos novelas más conocidas.
El problema, como digo, es que en los relatos inspirados en los animales de George Owell, incluido el original, no puedes evitar lamentarte al ver como todo va descarrilando de forma anunciada, y aún así el sentido común de la sociedad (animal o humana, la fábula es una de las herramientas narrativa más antiguas para reflejarnos a las personas en un cuento) hace aguas por todas partes. Cuesta tanto no sentirse reflejado que casi duele.
Da lo mismo que hablemos de regímenes de izquierdas como en la propia Rebelión en la granja o del capitalismo más agresivo como en la reciente Animal Pound. Al final es imposible no reconocerse una y otra vez en los mismos errores. Por eso, aunque el dibujo de El castillo de los animales me volvió loco desde el primer minuto. No me atrevía a acercarme a él con seguridad, a sabiendas de que iba a ser una nueva fuente de ansiedad.

El vasito de las narices…
Uno tiene que ser feliz dentro de sus incongruencias. Porque viéndome venir que lo iba a pasar mal decidí meter la cara en el barro y pringarme entero. No puedo decir que haya sido una sorpresa definitoria, pero al leer la introducción del autor, si que descubrí que El castillo de los animales si que podía contar con un enfoque algo más optimista. En lugar de optar por la opción de ver el vaso medio vacío, Xavier Dorison decide contar que está medio lleno.
No por ello El castillo de los animales es una obra más amable. Ni por su delicioso dibujo de «estilo Disney» (término que vamos a tener que ir desterrando de nuestro vocabulario, porque no puede ser más injusto con los autores de cómic europeo). Más bien al contrario, la expresividad de los animales protagonistas es tal, que cada consecuencia de sus decisiones se siente como una puñalada en el corazón.
En enfoque adoptado es el de realizar una especie de secuela de Rebelión en la granja. Tiempo ha pasado, e incluso los cerdos, ya no son el colectivo dominante. Si al final de la obra de Orwell pensábamos que la cosa no podía ir a peor para los animales de la granja, en El castillo de los animales descubrimos que todo siempre puede empeorar. El régimen (en este caso del toro Silvio, un extranjero que llegó para ayudar al castillo contra los ataques de los lobos) es todavía más duro que el que mantenían los cerdos sobre el resto de la granja (que ahora sabemos que era un antiguo castillo abandonado).

La gata, el conejo putero y la rata.
Dada la situación, se antoja una nueva revolución que cambie las cosas. Y ahí es donde en nuestro fuero interno, recordando la novela original, sabemos que todo será para nada. Porque de sucederse, se volverán a repetir los errores del pasado, aunque sea con el devenir de los años. Sin embargo, como decía previamente, Dorison opta por cambiar ligeramente el enfoque e incluir a Ghandi en la ecuación. Quien dice Ghandi, dice Martin Luther King, Mandela o incluso Rosa Parks.
La cuestión es que si Rebelión en la granja analizaba las revueltas violentas de siglos pasados. El castillo de los animales utiliza la fábula de nuevo para poner el foco en los movimientos sociales del siglo XX (pido perdón de antemano si no estoy utilizando los términos correctos, la historia y la sociología quedan lejos de mi área de actuación, pero creo que se me entiende): las resistencias pasivas, las revoluciones no violentas.
Cansados de tanta injusticia, la gata Miss Bengalore (encargada de la construcción de la torre de vigilancia del castillo a la muerte de su marido, responsable de la tarea) y el conejo César (un semental responsable de que la población de conejos se mantenga estable satisfaciendo a las conejas del castillo por la noche), animados por la sabiduría de una rata ambulante (Azelar Viejo-gris) comenzarán su nueva revolución buscando la forma de torpedear el sistema de forma no violenta.

Lo injusto de lo legal, lo ilegal de lo justo.
Que el tono de la obra sea optimista, no quiere decir que la lectura sea más sencilla. Ni porque los protagonistas sean animales, vamos a sentir menos los embates que reciben de sus circunstancias. El castillo de los animales es una obra muy dura de leer. Sobre todo si tenéis fuertes convicciones morales sobre lo que es justo o injusto, independientemente de lo que indique la Ley (la Ley del castillo en este caso).
En los dos volúmenes que reúne el primer integral de El castillo de los animales hay mucho sufrimiento. Lo que Miss B. y sus aliados pretenden conseguir no es sencillo, ni legal, pero vive dios que es justo. Lamentablemente su situación es de inferioridad absoluta, no solo ante el sistema que les oprime, si no ante la confianza de sus iguales, resignados a vivir como viven. Cambiar esto, sin recurrir a la violencia, es una cuesta arriba que el lector se tienen que preparar mentalmente para subir. Porque aunque ellos quieran evitar la violencia, la violencia siempre les estará rondando.
Quizás el primero de los dos volúmenes como digo, Miss Bengalore sea el más llevadero de los dos. Al realizar la labor de planteamiento de la obra; presentando personajes y el status quo si que nos pilla en un terreno más familiar, por chungo que sea (baste decir que la obra arranca con la ejecución pública de una gallina en el «poste de castigo» por esconder un huevo puesto por ella en lugar de entregarlo a la producción del granjero central). Todavía estamos cogiendo cariño a los personajes, y aunque la tragedia está presente, todavía no nos hace verdadero daño al corazón.

La crudeza del invierno.
El segundo volumen, Las margaritas de invierno es donde el lector se verá puesto a prueba de verdad. Con la revolución silenciosa ya iniciada por Miss B y sus aliados, los habitantes del castillo tienen que hacer frente además de a todos sus problemas de escasez previos, al embate del frio, el trabajo adicional y la enfermedad. Un escenario ideal para la protesta, pero que hace que su ejecución sea mucho más difícil. El sacrificio personal y colectivo se impone automáticamente y la empatía no ayuda a salir de la lectura sin escapar alguna lágrima en según qué momento.
Y quiero dejar una cosa clara llegados a este punto: El castillo de los animales no es una obra facilona ni gratuita. Aquí no existe en drama por el drama buscando las emociones en el lector para que el llanto colectivo haga que el cómic gane premios «de autor». Aquí cada vez que se hurga en la herida, se mete el dedo con un tacto y delicadezas sorprendentes, obedeciendo al transcurrir natural de la obra, sin forzar nada. El castillo de los animales no es un dramón lacrimógeno, como quizás puede estar dando a entender mi reseña. Simplemente es que es TODO tan injusto…
Quizás la única pega que se me ocurre ponerle a la obra (a riesgo de no ser nada original) es que todavía está a medias en nuestro país. Con este primer Integral publicado hace ya poco más de un año, solo podemos preguntarnos cuando Norma Editorial se animará a bendecirnos con su segunda parte, cerrando así una historia, que por sus cimientos, no tendría que haberme entusiasmado especialmente, pero por su buen hacer me ha enamorado por completo.





