Ahora que parece que Guillermo del Toro vuelve a estar de moda por su Frankenstein, que he de reconocer que todavía no me sentado a ver (no tengo muy claro por qué, la verdad, porque teoricamente son muchas las ganas de verla); no se me antoja mejor momento para revisitar la primera adaptación de Hellboy a la gran pantalla. Iba a decir la única, pero claro, eso sería obligaros a recordar, mediante la ironía, que existe otra versión de 2019 bastante terrible. Pero yo os quiero muchísimo y nunca os haría daño…
Veinte añazos ya le pesan a la cinta del director mexicano, que se dice pronto. Y aún así, he decir que salvo en momentos puntuales la verdad es que se conserva bastante bien. Hay cosas que las recordaba bastante peores de lo que han resultado ser en la actualidad y otras que en su día me gustaron mucho no han soportado bien el paso del tiempo. Por eso, la palabara que se me viene a la cabeza para definirla es: irregular. Pero claro, en esta sociedad de opiniones polarizadas, decir que algo es irregular es decir que algo es rematadamente malo. Así que si eres de esos, tu piensa que cada vez que digo que la película es irregular, realmente estoy queriendo decir que la película me ha cambiado la vida, pero tengo a Jordi Costa apuntándome con un arma mientras escribo.
Antes de entrar más en harina; el disclaimer habitual. Cuando llegué a Hellboy en su momento, no conocía el cómic más que de oídas (aunque el dibujo de Mignola ya me atraía poderosamente). Probablemente fue el empujón que necesitaba para animarme a leer el cómic. Del que automáticamente me volví seguidor. No es que sea relevante para hablar de la película, pero bueno, que si alguien me quiere pedir el carné de fan, lo tengo aquí preparado en la cartera para cuando haga falta. Que ya me conozco como acaban estas cosas tanto si voy a defender la película, como si voy a ponerla a caer de un burro.

¿Eso es un mono?
Decía previamente que la película es irregular en el sentido más literal de la palabra. Hay cosas que están muy bien. Hay cosas que están bastante mal. Y hay cosas que pichí, pichá. Lo que viene siendo irregular, vamos. Y lo que viene siendo también la vida misma, que a día de hoy es complicado que todo te salga igual de bien, o igual de mal (que también tiene su mérito). La trama de Hellboy es regularceja (hablo de la trama, no del guión, que en este caso tampoco es de titanio, pero no veo nada que reprocharle con particular alegría). Pero en general intenta hacer un batiburrillo adaptando varios de los cómics del personaje (cosa normal por otra parte ya que la mayoría de las historias del mismo son aventuras auto conclusivas).
Los efectos generados por ordenador tampoco han envejecido bien. Nunca tengo claro si es porque eran caducos en su momento y no lo sabíamos. O porque las cosas han mejorado tantísimo con el paso del tiempo que inevitablemente el detergente de antes no lavaba tan blanco como el de ahora. Sea como fuere, donde en otras películas estas fricciones pasan más desapercibidas, en Hellboy escuecen hasta hacer daño. Probablemente porque todos los efectos de maquillaje y de efectos físicos aguantan maravillosamentes (y ya sabéis que por deformación profesional, estas comparaciones me duelen particularmente, pero no son menos ciertas por ello).
La trama además, se centra muchísimo en la historia de amor entre Hellboy y Liz, hasta el punto de generar un triángulo amoroso con el «verdadero» protagonista de la película que es realmente John Meyers (es quién comparte el punto de vista del protagonista y hace que la trama avance). Una decisión que se me antoja completamente innecesaria pero que quiero pensar que obedece a que en 2004 el gran público todavía no había sido educado por Marvel a entender que un mapache podía funcionar como personaje protagonista.

¡Tiene una pistola!
Nada de esto es especialmente dramático, porque se diluye en una enormidad de cosas magníficamente bien hechas. Los personajes no sólo están estupendamente trasladados a la gran pantalla por su maquillaje. Las interpretaciones de Ron Perlman y Dough Jones como Hellboy y Abe Sapiens son perfectas (por no hablar de que Perlman parece haber nacido para el papel). Y no sólo ellos, prácticamente todos los que aparecen en pantalla exudan la personalidad de sus contrapartidas dibujadas. El diseño de producción de la película es acojonantemente bueno. Y de ahí sólo mejorará cuando vayamos a la segunda parte (que la recuerdo todavía mejor que esta).
Todos los elementos en pantalla, desde la pistola de Hellboy, el traje de Abe, los cadáveres parlanchines, los nazis esotéricos (muy nazis y muy esotéricos)… todo tiene una personalidad muy marcada que marida a la perfección con el estilo propio de Guillermo Del Toro. La personalidad de Hellboy es deliciosa. Uno disfruta con cada línea de diálogo, con cada mirada, con cada vaso de leche con galletas. Una pena que todos estos elementos no cuenten con una argamasa de calidad que los aglutine y haga la experiencia más divertida. Es casi como si en un largo viaje, la parte entretenida estuviera únicamente al llegar a cada estación donde hacer escala.
Si que tiene ese tufillo de algunas de las películas de su época (The Matrix todavía estaba demasiado reciente y fué mucho más influyente de lo que a algunos nos gusta reconocer). Y pese a estar rodada con un mimo increible, hay algunas peleas o secuencias de acción que no terminan de tener toda la fluidez que el momento pide. Pero aún así, en todo momento subyace (uso estas palabras para que Jordi Costa se sienta como en casa) el buen hacer del creador, y un respeto reverencial por el material original. No hay cambio que se haya hecho en la traslación del cómic al celuloide que no sea con conocimiento de causa de lo que realmente está sucediendo con el personaje. En definitiva una película bastante entretenida a día de hoy a pesar de lo que ha avanzado el género en las últimas dos décadas y que compensa sus defectos con cariño y amor por la obra original.



